Para la vaniria Daanna McKenna, la inmortalidad es como vivir una larga y
agónica muerte. Marcada por las estrellas en su nacimiento, y ungida
por los dioses en su transformación, se ha visto obligada a existir
sobreprotegida, sin luz y sin libertad, esperando a que despierte el
supuesto don que la hace tan importante para su clan. Ahora, cuando el
Ragnarök está llegando a sus puertas, los dioses exigen su participación
directa en el desenlace de la guerra. Pero Freyja no da nada
gratuitamente: Daanna podrá recibir su don. Sin embargo, lo que nunca
imaginó era que la llave que liberaba su poder estaba en manos del
hombre que le había robado y pisoteado el corazón, y que estaba a un
paso de entregarse a la oscuridad. Ella luchará por recuperarlo de las
tinieblas, consciente de que en la travesía por rescatar al vanirio, no
sólo podría perder el orgullo que la había mantenido en pie siglo tras
siglo, si no que, además, él exigiría su alma a cambio.
La eternidad y Menw McCloud eran sinónimo de martirio y también de
contradicción. Él, el sanador de los vanirios keltois, era incapaz de
encontrar una cura a su desesperación. Durante más de dos mil años había
esperado que su inequívoca cáraid le perdonara y le diera la
oportunidad de explicarse, y mientras esperaba a que eso sucediera,
pagaba por un pecado que él, en realidad, nunca había cometido. Ahora,
la Elegida, después de mucho tiempo atormentándolo, ya había logrado su
objetivo vengándose de él y lanzándolo al abismo de la sangre y de las
tinieblas. Sin embargo, el destino le tenía una última sorpresa
reservada: la propia Daanna. Menw tendrá la posibilidad de entregarle el
don o de hacerla caer en desgracia.
Loki busca la grieta por la que entrar al Midgard. Newscientist presiona
a los clanes. Los dioses mueven ficha. Vanirios y berserkers cierran
filas. Y las sombras del pasado arremeten contra dos almas destruídas
que buscan la manera de cicatrizar sus heridas. ¿Cuántos secretos puede
custodiar la eternidad?
En ocasiones, la mejor venganza es el perdón.