EL FANTASMA DE LA NOCHE
Sherrilyn Kenyon
y Dianna Love
Prólogo
«Un sitio extremadamente peligroso en el que quedarse sin
tierra.»
El hedor espantoso en ese túnel excavado a mano ahogaba
la respiración del sargento Nathan Drake. Odiaba las cuevas.
Sólo había una entrada…y una única salida.
Levantó una mano para indicarle a su compañero de equipo,
el capitán Vic Stoner, que le seguía a unos cuatro metros, que se
detuviera. Como era habitual en esas operaciones especiales,
Nathan encabezaba la expedición y Stoner le cubría las espaldas.
Esta cueva era más prometedora que cualquier otro sitio
que hubieran investigado en los últimos once meses peinando
la selva Chapare de Bolivia. Había multitud de cajas de armas,
abiertas y sin abrir, apiladas junto a lanzamisiles de mano y
granadas suficientes para dejar una aldea hecha pedazos. Eran
los ingredientes necesarios para un cuarto de juegos para terroristas
pero no bastaban para designarlo amenaza de Nivel 5
—o arma biológica—, que era para lo que el equipo de Nathan
había sido enviado a inspeccionar. Este alijo debía de pertenecer
a un grupo de rebeldes descontentos con la política sudamericana
o bien a un narcotraficante.
En ese caso, Nathan estaba dispuesto a largarse de allí lo antes
posible y regresar a la base. Pero había algo que le preocupaba.
¿Qué maldito cabrón de mierda había traído a mujeres a ese
sitio para torturarlas y asesinarlas?
Hasta el momento habían encontrado ocho esqueletos, en
posturas obscenas y rodeados de charcos de sangre seca, en los
túneles oscuros y lúgubres que habían registrado.
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Todo eran callejones sin salida.
Y no habían encontrado nada que relacionara estos asesinatos
espantosos con las muertes en una pequeña aldea a unos sesenta
y cinco kilómetros al este de allí. Hombres, mujeres y niños;
habían destruido el pueblo entero sin dejar marca de
ningún arma en los cadáveres. Los forenses que acudieron de varias
naciones aliadas concluyeron que las muertes no eran resultado
de una guerra biológica sino de un virus mortal de origen
desconocido. Un virus que desaparecía sin dejar huellas residuales,
algo que parecía la definición exacta de guerra biológica.
Ese incidente sin explicación había causado incomodidad
entre los departamentos de seguridad nacional de varios países.
Y motivó esta operación encubierta.
Incluso ahora Nathan seguía viendo a las víctimas que habían
encontrado hacía tres semanas en la aldea: la piel grisácea
agrietada y sangre en los cadáveres que yacían retorcidos en la
agonía previa a la muerte. La mirada atormentada de los niños,
perdida en una confusión desesperada, y las marcas de las uñas
clavadas en la piel.
El recuerdo de por qué juró defender y proteger a la población.
Y por qué estaba atrapado en el fondo de esa maldita cueva.
Nathan se dio la vuelta para estudiar la única ruta de salida,
teñida de verde a través de sus monóculos plegables de visión
nocturna PVS-14.
Stoner estaba listo, con la M-4 del ejército equipada con un
silenciador marca Knight Armament. Su ametralladora corta
parecía un juguete en comparación con el chaleco táctico militar
cargado de municiones que le cubría el musculoso torso. Según
decía Stoner, tres años de trabajo en una plataforma de perforación
submarina antes de alistarse habían trasformado lo
que hasta entonces había sido un cuerpo escuálido. Ahora
mismo era de todo menos invisible, con una piel morena que
contrastaba con su sonrisa blanca de donjuán cuando hacía uso
de ella. Nathan y Stoner eran tan parecidos en cuanto a tamaño,
que quien no les conociera no sabría distinguirlos cuando iban
vestidos de camuflaje.
Incluso en cuanto al lenguaje corporal.
La postura informal de Stoner mentía descaradamente porsherrilyn
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que ese hombre no estaba nada relajado cuando se hallaba en
una misión.
Nathan levantó la barbilla; un gesto que significaba: «¿Listos?
».
Stoner señaló la salida con la cabeza. Era su señal para:
«Todo despejado: vámonos».
Nathan pasó por su lado en silencio, atento a cualquier cambio
en ese estrecho pasaje que podía abarcar de lado a lado con
sólo extender los brazos. La oscuridad afinaba sus sentidos.
Como objetivo, proteger a los miembros de su equipo estaba
por encima de todo. Más que un trabajo, consideraba que desde
su posición en el ejército podía influir y, al mismo tiempo, ayudar
a su madre y a su hermano enviando dinero. No necesitaba
mucho para vivir; le bastaba con lo que llevara en la mochila
durante una misión. Su familia, en casa, y el equipo con el que
luchaba eran lo único que le importaba.
«La avaricia es tu peor enemigo, hijo. Centra tus energías
en lo que importa de verdad, en la gente que quieres». Su padre
le había dejado ese legado antes de morir, cuando Nathan apenas
tenía ocho años. Igual que su progenitor, creía firmemente
en eso.
Dio con el pie contra algo que hizo un clic.
«Mierda». Nathan se quedó inmóvil y contuvo la respiración.
Ya habían examinado el suelo en busca de cables. No deberían
haber pasado este por alto. La sangre se agolpaba en sus
oídos. Los atroces segundos pasaban lentamente mientras esperaba
salir volando en pedazos. Se quedó de pie, firme. Resistiría
lo más fuerte de la explosión si así podía salvar a Stoner.
El sudor se le deslizaba por debajo de la gorra de camuflaje
hacia la espalda…
No pasó nada. Si hubiera accionado una bomba trampa,
ahora mismo ya estaría muerto. Tragó saliva, cogió aire, viciado
por el hedor de la carne putrefacta, y bajó la vista hacia el suelo.
No había tropezado con un cable, sino con los huesos podridos
de un pie que conectaba con una pierna a su derecha.
En la oscuridad vio los retales de piel seca adheridos a un esqueleto
tumbado sobre un montón medio desmoronado. Como
los otros cadáveres que encontraron en la cueva. ¿Un asesino en
serie? Eran adultos jóvenes con una delicada estructura ósea y
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parcialmente vestidos…si es que llevaban ropa. Había algunos
vestidos hechos jirones desperdigados por ahí, algunos se usaban
como trapos.
Eran muchachas. Todas con el pelo largo y negro, como su
madre solía llevarlo hacía mucho tiempo. Había perdido el hilo
cuando un rayo láser verde bailó sobre la pierna fracturada del
esqueleto.
Levantó la vista. Stoner le miró con el ojo que no le cubría
el monóculo y se llevó dos dedos a los ojos para decirle que sólo
estaban allí para observar.
Nathan no había olvidado esa directriz. Al equipo de cuatro
hombres le habían dado unas órdenes específicas. Esta era una
misión de reconocimiento y de recogida de información, nada
más. ¿El objetivo? Determinar la validez de los informes que
hablaban de maniobras terroristas en la zona.
Bajo ninguna circunstancia debían entrar en conflicto.
En otras palabras: «No matéis a nadie. No dejéis ADN.
Completad la tarea sin ser detectados. Mover el culo hasta casa
y llegad intactos». Mensaje recibido.
Asintió a Stoner y, con cuidado, se dirigió hasta la cámara
del alijo de armas que había entre donde se encontraban ellos y
el punto de salida de la gruta. Cuando llegaron a un espacio
abierto, Stoner se adelantó y dejó el arma colgando de la cuerda
sujeta a su chaleco para dejar libres las manos. Extrajo una cámara
en forma de bolígrafo, que también llevaba integrado un
cartucho de tinta, y empezó a fotografiarlo todo.
Cubriendo las espaldas de Stoner, Nathan estudió ese espacio
y aguzó el oído por si alguien se acercaba. Pulaski y Duran
estaban fuera vigilando la entrada, pero permanecían escondidos
y sólo actuarían en caso de que fuera necesario.
Nathan examinó cada centímetro de la galería, de unos
nueve metros de diámetro y de casi dos metros de altura, ya que
podía estar de pie sin miedo a golpearse la cabeza. Había una caja
grande a un lado de la sala con unas cuerdas clavadas en las dos
esquinas, que estaban tiradas despreocupadamente en el suelo
sucio.
Sintió una sensación de peligro que le puso tenso el cuello.
Con todas esas armas ahí almacenadas, ¿dónde estaba el vigilante?
Nadie dejaría este arsenal sin vigilancia.
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A menos que fuera alguien extremadamente engreído o
muy estúpido.
Miró hacia la izquierda, donde el cuerpo menos putrefacto
estaba apoyado de una forma obscena en una pared: era una
muerte reciente. Tenía las piernas muy separadas, un brazo doblado
en un ángulo antinatural y le quedaba la piel suficiente
para ver lo grotesco de su tortura.
Su ira fue en aumento y esa visión le puso enfermo. Agarró
el arma con más fuerza. ¿Es que todos estos cadáveres no eran
más que mujeres desafortunadas en el lugar equivocado en el
momento más inoportuno? ¿Prostitutas? Daba lo mismo. Eran
las hermanas, esposas e incluso madres de alguien; ninguna
mujer merecía que la violaran, torturaran y asesinaran. Quienquiera
que hubiera hecho esto merecía un buen castigo.
—Tres tangos se dirigen a la cueva —oyó Nathan por el auricular.
El grito desgarrado de una mujer le llegó a los oídos antes
de que el ruido de las botas sobre la gravilla hiciera eco en la entrada
de la cueva.
Stoner llevaba unos auriculares idénticos. En un instante se
colocó junto a Nathan, con la cámara guardada y el arma en ristre.
Ya no había nada informal en su postura.
Nathan le hizo una seña a Stoner que quería decir: «Muévete
hacia la izquierda del túnel, cerca del túnel sin salida y yo
iré a la derecha». Se fundieron en la cavidad oscura y desaparecieron
de la vista. La piel le hormigueaba en señal de peligro.
Los cabrones se les acercaron caminando despreocupadamente;
desde luego, desconocían el concepto de sigilo. Unas escuetas
voces masculinas discutían chapurreando en español.
Nathan entendió lo suficiente para saber que discutían sobre
a quién le tocaba primero y que no querían que muriera antes
de que los dos tuvieran su oportunidad. Los lastimeros sollozos
de la mujer se intercalaban con súplicas de piedad. La
cueva se llenó de un terror inmundo cuando los hombres entraron
a la zona destinada al almacenamiento de armas.
Nathan sujetó la suya más fuerte aún. Tuvo que contener
las ganas de poner a esos dos en órbita.
«Solamente observa. No te entrometas.» Con el dedo acarició
el gatillo.
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Roñosos y de piel oscura, los dos hombres emergieron de la
abertura con botas de agua y chalecos tácticos. El primero no le
llegaba a Nathan al hombro. Farfullaba insultos entre caladas e
iluminó el camino con su linterna para que su secuaz pudiera
ver. El más alto de los dos llevaba un rifle Galil automático y
apuntaba a la mujer —tango número tres—que arrastraba por
el pelo. Tenía que ser el líder de esa pareja de desviados pero este
tenía el músculo suficiente para que enzarzarse en una pelea
valiera la pena.
Las piedrecitas salían volando por las patadas que daba la
muchacha. No debía de tener veinte años siquiera. Era hermosa,
salvo por los feos moratones que tenía en el rostro y los
brazos. Le sangraban el labio y la nariz. Luchaba contra aquel
gorila con todas las fuerzas que le permitía su pequeño cuerpo.
Nathan se subió el monóculo hasta la frente y miró a Stoner,
que también había levantado el suyo y movió un dedo para
decirle que estaban en sintonía. Esa confianza ciega era algo que
Nathan sólo había compartido con su hermano hasta que conoció
a Stoner.
La mujer chillaba con tanta fuerza que hacía temblar a los
muertos de miedo y, de nuevo, atrajo la atención de Nathan hacia
ella. Se le hizo un nudo en el estómago.
Con el arma a un lado, el matón principal tumbó a la chica
en el suelo y le ató los brazos sobre la cabeza con las cuerdas
clavadas en la caja. El bajito había tirado el cigarrillo e intentaba
sujetarle las piernas que ella movía sin cesar.
Tenían que hacer algo en silencio. Nathan dejó que le colgara
el arma del mosquetón en el chaleco, pero a poca distancia
para poder usarla si era menester.
—Date prisa. ¡No voy a estar toda la vida esperando! —le
farfulló gritando el pequeñajo al líder. Le apartó una pierna con
la bota y se metió la mano dentro de los pantalones, empezando
la tortura sin esperar a su secuaz.
El líder cayó de rodillas entre las extremidades arañadas y
ensangrentadas de la mujer. Le apartó tanto las piernas que ella
se sacudía y gritaba de dolor. Sus plegarias desgarraban el silencio,
suplicando una intervención divina. Su atacante se bajó los
pantalones todo lo que dieron de sí y se agarró el pene, sacudiéndoselo
en la cara.
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—Ahora sabrás lo que es un hombre de verdad —se jactó, y
luego se sacó un cuchillo afilado de una funda de piel que colgaba
del cinturón—. Pero primero tendrás que suplicarme.
Nathan se movió tan silenciosamente como una sombra
mortal.
La mujer gemía tan fuerte que los dos hombres no hubieran
oído acercarse ni a un batallón entero. Sin ser visto, se les acercó
por la espalda, le tapó la boca al bajito y le partió el cuello de un
movimiento, luego dejó en el suelo el cuerpo inmóvil. Se dejó
llevar por sus inmensas ganas de castigarlos, le cubrió la boca al
líder y le echó la cabeza atrás con fuerza.
—Quéee… —Por un acto reflejo, el tango sacó el cuchillo.
Nathan lo agarró por la muñeca. El horror de lo que le iba a
suceder al violador se reflejó en su cara de cerdo un segundo
antes de que le clavara la afilada hoja en el pulmón. El líquido
caliente le chorreó por la mano y el aire se llenó de ese olor metálico
a sangre fresca. Los gritos histéricos de la muchacha medio
desnuda se mezclaron con la imagen de los cadáveres en
descomposición, esparcidos por la cueva como si fueran basura,
y su rabia aumentó. Ese maldito cabrón no merecía morir tan
fácilmente. Nathan retorció el cuchillo y notó el metal rozando
sus costillas.
¿Y qué era una imagen horrorosa más en este surtido de pesadillas?
Un ruido gutural salió de los pulmones del hombre antes de
dar una sacudida y luego dejó de forcejear. Con el último
aliento expelió sus fluidos corporales. Nathan se deshizo del cadáver,
tiró del cuchillo y lo usó para cortar las cuerdas que ataban
a la chica.
Había aplacado al fin su sentido de la justicia. Era una pequeña
victoria; ninguna otra mujer sufriría y moriría por la sucia
lujuria de ese hombre.
Debía irse ahora mientras ella seguía en pleno estado de
conmoción.
Pero no podía dejarla así igual que no podía dejar que la violaran
y asesinaran.
Stoner apareció a su lado.
Nathan le habló a la muchacha en español, haciéndola callar
con tacto y diciéndole que estaba a salvo, que podía irse a casa.
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Al final se calló y se le quedó mirando como si fuera a la vez
ángel y demonio.
—No se lo contaremos a nadie —le dijo.
Sus ojos asustados asimilaban todo lo que la rodeaba y
luego le miró a la cara, que seguía pintada con pintura de camuflaje.
Su mirada aterrada se posó en la mano que le chorreaba de
sangre. Empezó a sacudir la cabeza, gimoteando y echándose
hacia atrás.
—Vete. No digas nada. No vayas a ningún sitio sola.
—Cuando le tendió la mano para ayudarla, ella retrocedió y se
puso de pie con dificultad. Stoner encendió la linterna incorporada
en su arma y le iluminó el camino para salir de la cueva.
No necesitó que le dijeran nada más. Nathan la siguió hacia
fuera pero había desaparecido entre el espeso follaje más rápido
que un conejo al ver un lobo hambriento.
Cuando Pulanski y Duran salieron de sus posiciones ocultas,
Nathan se pasó el pulgar por el cuello para contarles a los
otros dos lo que les había pasado a los tangos. Entonces les indicó
en silencio a los demás que le siguieran y tomó la delantera
de nuevo. Stoner tenía ya un buen montón de fotos y quedarse
más tiempo por ahí a esas alturas sería una mala idea. La excursión
había sido una pifia, salvo por haber liberado a esa mujer.
La luz de la luna se derramaba a través de los árboles y les
iluminaba la vuelta al campamento. Nathan tragó bocanadas
enteras de aire fresco para limpiar los residuos de muerte de los
pulmones; estaba tremendamente aliviado por salir de ese sepulcro
impío. Marcó el ritmo durante los cinco kilómetros siguientes.
Los del equipo le seguían tan callados como fantasmas
hasta alcanzar su base temporal, que estaba escondida.
Pensar qué hubiera pasado de haber tomado y ejecutado
una decisión diferente era desperdiciar energía. Lo que estaba
hecho, hecho estaba. Pero a Nathan le costaba acallar esa voz en
su interior que le acusaba de poner en peligro la seguridad de su
equipo por una sola persona. De buena gana los hubiera enviado
de vuelta al campamento para ocuparse de los tangos solo
de haber existido otra manera de hacerlo.
¡Como si Stoner y los otros dos le hubieran escuchado!
—Por mí, lo que ha sucedido está bien —dijo Stoner en
cuento entraron al claro.
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Nathan se dio la vuelta y miró a sus tres compañeros. Después
de todo este tiempo, el apoyo incondicional de Stoner seguía sorprendiéndole
y haciéndole sentir humilde, pero ¿y los demás? Esperó
que condenaran sus actos, dispuesto a aceptar su deber.
—Sips —dijo Duran con su ronca voz tejana—. En casa hubiéramos
cortado en filetes a ese cabronazo, empezando por las
pelotas y terminando por los cojones.
Pulaski hizo una mueca.
—Oye, D, odio tener que decírtelo, pero son lo mismo.
—No, de la manera como lo hacemos nosotros no. Mira, coges
la parrilla…
—No más historias de parrillas —dijeron Stoner y Nathan
a la vez.
Nathan nunca había estado en Tejas y, viendo las cosas horrorosas
que Duran decía que asaban, tampoco tenía ganas de ir.
Las comidas que había oído le recordaban demasiado al estofado
de carne que su abuela cocinaba en vida.
La regla número uno era: nunca preguntar a la abuela lo
que le había echado al estofado. Sobre todo antes de comerlo.
Se dio cuenta de que los compañeros le estaban dando el
visto bueno a lo que había ocurrido y ninguno diría nada de los
asesinatos cuando se marcharan. Les debía esa unión que le manifestaban
y deseó saber decirles lo mucho que significaba su
apoyo. Pero en cuestión de hablar de sentimientos, era un hombre
simple.
—Gracias.
Duran se dirigió a Pulaski y Stoner.
—Yo me voy. —Lo que significaba que iba a conectar los cables
y alambres de disparo y asegurar su sección alrededor del
campamento—. Podríamos dejar que Drake se ocupara de las
labores de cocina hoy. —Sonrió y se alejó.
Pulaski gruñó y se fue en dirección contraria.
Stoner no se movió.
—¿Qué te preocupa?
Nathan se quitó los auriculares y se rascó la cabeza.
—Mi obligación es no poneros en peligro.
—¿En peligro? ¡Joder! Pero si nos alistamos voluntariamente.
—Stoner sonrió—. ¿Sabes? Esto me recuerda aquella
vez en Manila…
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—Dejemos Manila en Manila… —Su tono era algo hosco;
las pesadillas debían permanecer en la oscuridad.
Stoner asintió.
—Bien, como quieras. Pero si la gente supiera a lo que tenemos
que hacer frente y lo que has tenido que hacer en estas
operaciones, tendrías el pecho lleno de medallas.
Como si las insignias significaran algo para él. No vestirían
ni darían de comer a su familia.
—No quiero medallas. Quiero…
Nathan dudó. ¿Qué quería? ¿Que le devolvieran los papeles
del realistamiento? Ni siquiera eso. Quería quedarse en el ejército,
con quien se había comprometido hasta que se terminara
el servicio. Pero ahora esa decisión se le antojaba egoísta porque
su compromiso con el ejército significaba estar lejos de casa un
par de años más mientras su madre le necesitaba más que
nunca.
Maldita sea.
—Ya lo arreglaremos. —Los tranquilos ojos marrones de
Stoner reflejaban empatía. Él estuvo a su lado cuando llegó esa
llamada de Nueva Orleans unas pocas horas antes de que el
avión despegara.
Recogió un montón de ramas de palmera y las dejó a un
lado, maldiciéndose a sí mismo por milésima vez. Pensó que
este plan era seguro, la mejor manera de ayudar a su madre y a
su hermano. Terminar otro periodo de servicio para que su hermano
entrara en una buena universidad mientras él utilizaba
su certificado del ejército para estudiar. De esa manera, ambos
podrían ocuparse de mamá.
Fue demasiado ambicioso al querer ser más que un simple
mecánico toda la vida. Al querer un futuro donde poder cuidar
a una esposa y tener familia y no estar obligado a vivir de nómina
a nómina. Esa vida había sido buena para su padre…
Pero Nathan quería más para las personas a las que amaba.
Su madre merecía seguridad y tranquilidad, una vida más fácil.
Y él siempre soñó con ayudar a Jamie a entrar en la universidad.
Ahora mismo le daría vueltas a la llave inglesa de buena
gana con tal de estar en casa un solo día.
Si todo fuera tan sencillo. Había jurado lealtad a su equipo
y sería responsable de esos hombres aunque pudieran arreglársherrilyn
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selas sin él. También eran sus hermanos. Juró cubrirles las espaldas;
el mismo juramento que compartía con su hermano.
—No sé qué decirte para que te sientas mejor. —Stoner no
se había movido de su lado; era más tozudo que una mula. Su
tono sosegado no se quebrantaba casi nunca. Nathan envidiaba
que le corriera freón por las venas incluso en las peores situaciones
y se preguntó de dónde lo sacaba… seguro que podría
descongelar la tundra ártica—. Es una jodienda que no te enteraras
de que tu madre estaba enferma hasta después de realistarte.
Mi tía tuvo cáncer de ovarios y le ganó la batalla. Sigue
vivita y coleando.
Nathan le escuchó, pero su madre era su madre, y no la tía
de otra persona. Era una gran diferencia. Le prometió a su padre
el día que lo enterraron que cuidaría de ella. Ahora su madre le
necesitaba y ni siquiera estaba en el mismo país.
Con un nudo en el estómago, empezó a descubrir el equipo
de campamento que habían escondido bajo unas ramas que habían
cortado y amontonado previamente. ¿Cómo diantres iba a
pasar los próximos dos años y no estar en Nueva Orleans para
ayudar a su madre a luchar por su vida?
Stoner carraspeó, tan tenaz como impertérrito.
—Ejem…No estará sola, Nathan. Tu hermano…
—…es un imbécil de cuidado, a pesar de su coeficiente intelectual.
—Nathan lanzó un montón de hojas de palmera—.
¿Cómo puede alguien tan brillante tener tan poco sentido común?
—De acuerdo, es una especie de profesor despistado…
—El despiste no te mete en problemas. —Levantó una mano
para que Stoner no siguiera defendiendo a su hermano—. No lo
entiendes. Jamie era introvertido en el instituto y le costaba hacer
amigos, sobre todo con los chicos que pensaban que era un
sabelotodo porque sobresalía en las clases. Así que cuando dos
gilipollas acudieron a él para que les arreglara un coche, pensó
que se lo estaban pidiendo como amigos. Él nunca se preguntó
porqué la bobina de encendido estaba manipulada; estaba contento
porque podría demostrar que era más que un lumbrera.
Nathan levantó las hamacas y las dejó a un lado; luego empezó
a desempaquetar las comidas preparadas mientras seguía
hablando.
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—Le arrestaron por ayudar y ser cómplice de ladrones de
coches. Mamá y yo tardamos tres días en poder sacarle.
—Cometió un error, Nate.
—Ya lo sé. —Se arrepintió de gruñirle a Stoner en cuanto le
salieron las palabras. Se secó el sudor sucio del bigote y deseó
que fuera tan fácil limpiar también ese recuerdo que le hacía estar
tan pendiente de su hermano para protegerle—. Tras sacarle
de la cárcel estuvo meses sin hablar. Nadie le hizo daño allí dentro,
pero se encerró en sí mismo. Incluso pasó de mí un tiempo.
Cuando conseguí que se abriera un poco, era una persona diferente.
Había cambiado. Estaba decidido a demostrar que no era
tonto. Verle intentar ser alguien distinto es mucho peor que antes.
Cada vez que me doy la vuelta, le han enredado en algún
plan de esos para hacerse rico rápidamente que se va a pique a
los dos días. El fracaso le saca de sus casillas. Y yo le digo que
busque un trabajo decente, que pronto conseguiremos que entre
en la universidad.
—Hará lo que es debido para ayudar a tu madre.
—Sí…no. —Sacudió la cabeza—. Ese es el problema. Creo
que se lleva algo entre manos y me lo está ocultando.
—¿Algo como qué?
—Ojalá lo supiera. Sólo tengo la sensación de que quiere
demostrar que puede arreglárselas sin mí. No sé…Quizá es un
trabajo nuevo y no quiere decírmelo hasta que funcione, pero
mamá no podrá mejorar si también tiene que preocuparse de él.
—Quizá te sorprenda y sienta la cabeza ahora que ella le
necesita.
Nathan tiró del pañuelo que llevaba en el cuello y se secó la
frente con él. Se metió la tela empapada dentro de la cinturilla
de los pantalones y miró a Stoner.
—Jamie es un hombre decente, pero no tiene ni idea del
mundo real. Si no hubiera sido tan cabezón cuando me llamó la
última vez, hubiera averiguado lo que le sucedía y hubiera podido
hacer algún plan para los dos. Pero en su lugar, me enfadé
como un idiota y le grité por dejar que la aseguradora le dijera
que algunas de las medicinas de mamá no las cubría el seguro.
—Mamá le había asegurado a Nathan que estaba bien y trató
de parecer convincente, pero sabía que estaba aterrada.
¿Cuándo iba a aprender a no dejar que su rabia hablara por él?
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—Date un respiro, hombre. Recibiste esa llamada mientras
hacías las maletas para este operativo. No tuviste mucho
tiempo para reaccionar.
—No es excusa para una falta de disciplina. —Las palabras
de su padre le resonaban en la cabeza. Había esperado más de su
hijo mayor—. No soy civil. No debería estallar. Tendría que haberme
calmado y hablado con Jamie cuando tuve la oportunidad,
antes de terminar en algún lugar desde donde no pueda llamarle.
Es mi trabajo asegurarme de que ambos estarán bien
mientras yo estoy fuera…o si muero.
—Sí, claro —resopló Stoner—. O eres demasiado malvado
para matar o esa maldita moneda tuya tiene magia negra. No
olvides que me prometiste que será mía cuando estires la pata.
Te juro que tienes más vidas que un gato y una de ellas ya te la
salvó ese pedazo de metal. Es una lástima que vaya contra las
normas llevar esa cosa contigo. Podríamos usar algo de magia
de vez en cuando.
Stoner intentaba ayudarle porque era el oficial de grado superior
y un buen hombre. No pretendía echarle una palada de
culpabilidad encima cuando le mencionó esa moneda. Era del
tamaño de un dólar de plata, estaba hecha de latón y llevaba
grabado el logotipo de la Tropa de Asalto. Y tenía una abolladura
donde una bala pasó rozando la pieza de metal que le salvó
la vida. No tenía valor monetario; era un recordatorio de la promesa
que le había hecho a su padre.
La mayoría de las personas llevaba fotos encima. Él llevaba
una moneda.
—Como ya te dije, es tuya el día que me vaya al otro
mundo. —Nathan quería cambiar el tema de su familia y de él
mismo. No podía hacer nada acerca de Jamie y mamá hasta que
regresara a la base y diera parte. Para eso aún quedaban como
mínimo diez días—. Terminaré de deshacer los petates y dejaré
listas las hamacas.
Stoner cambió de lado el arma y suspiró.
—Ya se te ocurrirá qué hacer. Nunca te he visto derrotado
por nada o por nadie. —Luego miró el reloj y añadió—: Ya tenemos
bastante con confirmar que no pasa nada por aquí salvo
sadismo. Llamaré para la extracción de mañana. —Y desapareció
en la selva.
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Nathan preparó el austero campamento antes de sacar el teléfono
por satélite de su escondrijo debajo de un tronco en el
suelo. Se apoyó en un árbol, lo encendió y comprobó los mensajes
recibidos. Dos de la base y uno marcado como reenviado.
Sonrió. El trato que había hecho con su colega de comunicaciones
le era muy útil ahora. En su última mano de póquer, Nathan
había ganado más de lo que su amigo en el departamento
de comunicaciones podía pagarle, así que hicieron un trato: reenviarle
un mensaje desde su casa cada vez que recibiera uno,
sin importar en qué parte del planeta estuviera en ese momento.
Dejó que el arma le colgara sobre el pecho y con una mano
accedió al mensaje mientras se rascaba la cabeza con la otra. El
pelo lleno de arena se le quedó de punta; lo llevaba más largo de
lo permitido en el ejército aunque era aceptable para los equipos
clandestinos de inteligencia, que sólo respondían ante las Fuerzas
Especiales de la sede. No eran meramente unos equipos entrenados;
eran los más preparados del ejército.
Cuando apareció el mensaje, se le encogió el estómago de
miedo:
«Nate: Mamá empieza la quimio esta semana. De momento todo va
bien. Cuídate. Laissez les bons temps rouler. J.»
Laissez les bons temps rouler. Dejad que los buenos momentos
duren.
Nathan se quedó helado al releer esa frase, con el corazón
palpitando con fuerza al entender el verdadero significado detrás
del código de la infancia entre Jamie y él.
El día que Nathan se enfrentó a cuatro chicos de una banda
que trataban de partirle la cara a su hermano, Jamie empezó a
gritarles que no sobrevivirían a la paliza. Nathan le dijo tranquilamente
que se apartara. Cuando los cuatro chicos se acercaron,
Nathan sonrió y les dijo: «Laissez les bons temps rouler».
Les dio una buena paliza y los envió a casa con mamá, llorando
como una nena a la que le han roto una muñeca. Después, esa
frase se convirtió en un código entre ambos cuando Jamie se
había metido en un buen apuro.
Nathan buscó una unidad de encriptado de contrabando que
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había obtenido de una empresa en Bahrain y la enchufó a un
puerto del teléfono por satélite. Siendo realista, la Agencia de
Seguridad Nacional podía escuchar la llamada, pero la probabilidad
era remota puesto que este equipo no estaba fabricado en
Estados Unidos. Marcó el número de móvil de Jamie y recibió
contestación al segundo tono.
—¿Hola? —La voz baja y asustada de su hermano le advirtió
que iba a escuchar malas noticias.
—Soy yo.
—Nate, tengo un problema. Un problema muy gordo.
Nathan empezó a regañarle pero se contuvo antes de soltar
toda la rabia. ¿Cuánto dinero haría falta para arreglarlo esta
vez? ¿Acaso Jamie no se daba cuenta de que necesitaban cada
penique que pudieran ahorrar para su madre?
—¿Qué has hecho? —preguntó él con la voz tensa. Un tono
más relajado era demasiado esperar.
—Nada, te lo juro. Me tendieron una trampa. Los de Marseaux
me metieron en una redada, pero yo no tenía nada que
ver. Te lo juro, yo…
—¡Jamie! —No podía ser Marseaux, el jefe del clan criminal
más importante de Nueva Orleans. Apoyó la cabeza en el
tronco del árbol, puso la mano sobre el arma y cerró los ojos por
primera vez en dos días—. ¿Qué cojones…?
—Acudí a uno de esos prestamistas usureros pero no sabía
que pertenecían a la red de Marseaux. Necesitábamos dinero. Vi
un anuncio y pensé en pedir un préstamo hasta que pudiéramos
encontrar una solución mejor. Lo siento, Nate, pero tú no
estabas. Intentaba arreglarlo. Quería que mamá y tú os sintierais
orgullosos.
—¿Y qué sucedió?
—Terminé en medio de una redada. Antes de tener la oportunidad
de hablar con un abogado, la gente de Marseaux ya estaba
haciendo tratos y señalándome con el dedo.
Esto no podía estar pasando.
— ¡Esto es increíble, joder! ¿Y cómo pinta el tema?
—Ahora mismo estamos en juicio porque el cabrón del fiscal
del distrito lo ha tramitado por la vía rápida. Me han asignado
un abogado de oficio que no puede ser más inútil. Me dice
que no puedo ganar, que me van a condenar pase lo que pase.
el fantasma de la noche
23
—La voz de Jamie se apagó con sus últimas palabras—. Yo sólo
fui a buscar dinero para mamá.
—No le eches la culpa al cáncer de mamá. Si usaras la cabeza
de vez en cuando y no confiaras en cualquiera que te
ofrece dinero rápido, no te joderían vivo. Cada mes envío bastante
dinero para los dos. —Nathan se levantó de un salto y
golpeó el suelo—. Podría haber enviado más.
—No lo entiendes, Nate —gritó su hermano—. No estás
aquí. El ayuntamiento ha declarado esta zona en ruina y tenemos
que mudarnos. Van a derribar las casas. Mamá recibió algo de dinero
del Estado pero no lo suficiente para encontrar un lugar decente.
Supuse que si consiguiera más dinero, podríamos mudarnos
y establecernos en algún sitio antes de que empezara a
empeorar. Nunca sé cuándo vamos a tener noticias tuyas, joder.
Nathan no se lo podía creer. Había estado guardando dinero
en caso de que hubiera alguna emergencia en casa y ya se lo habría
enviado de no ser porque temía que Jamie despilfarrara sus
ahorros en algún chanchullo.
Esto era una emergencia de todas todas, pero dudaba de que
el dinero que tenía le salvara el culo a Jamie. Cada latido del corazón
era como un toque de difuntos; un aviso de las consecuencias
directas que le esperaban a su familia. ¿Qué carajo iba
a hacer para mantenerlos a salvo ahora?
¿Quién estaría con su madre mientras pasaba por ese infierno?
—Me van a enchironar, Nate. Puede que sean dos años
—susurró—. ¿Qué voy a hacer? ¿Qué haremos con mamá?
Nathan se cubrió los ojos con la mano, pero eso no borraba
las terribles imágenes que le pasaban por la cabeza. Su hermano
quedaría comatoso de por vida si es que sobrevivía a la cárcel,
cosa que dudaba seriamente. Su madre no podría aguantar la
quimio sin ayuda. Su familia era despreciable y nunca había
movido ni un solo dedo por ella o por sus hijos. Y por parte de
padre no tenían familia.
El pulso le latía con fuerza con cada nueva preocupación.
Rezaba por un milagro, pero vio que tendría que crearlo él
mismo o su madre y su hermano sufrirían. Una por falta de tratamiento
y el otro por falta de sentido común.
Apoyó la cabeza en el árbol, pensando, buscando una idea
sherrilyn kenyon y dianna love
24
mejor que la que se le había ocurrido inmediatamente. Pero la
asquerosa verdad era que no tenía elección. Aceptó lo que tenía
que hacer por su familia.
Era una mierda pero la vida era así.
—Escúchame. —Respiró hondo antes de proseguir. La decisión
estaba tomada—. Si consigo sacarte de la cárcel, tienes que
prometerme que te mantendrás alejado de cualquiera que huela
siquiera a sinvergüenza, criminal o algo por el estilo.
—El abogado dice que no puedo ganar, que…
—Me importa una mierda lo que diga. Te sacaré de esta,
pero tienes que prometerme que usarás la cabeza y buscarás un
trabajo de verdad, nada de tratos o chorradas. Cuida a mamá por
mí. Prométemelo.
—Juro que lo haré, ya lo sabes. Haría lo que fuera por ti y
por mamá. ¿Crees de verdad que puedes arreglarlo? —El alivio
de su hermano se hizo patente al otro lado de la línea—. Sólo
tengo una semana antes de que el abogado diga que el juicio ha
terminado. Haré lo que me digas… sólo dime qué tengo que
hacer, Nate.
«Encuentra la manera de volver atrás en el tiempo para que
pueda enviarte el dinero antes de que acudas al prestamista de
Marseaux.»
Pero recurrir a eso era como perder los nervios y nada de
eso solucionaría el embrollo en el que estaba metido Jamie.
—Quédate quieto hasta que te llame mañana. No le digas a
nadie que has hablado conmigo, ni siquiera a mamá. ¿De
acuerdo?
—Sí, ¿pero qué vas a hacer?
—Te lo diré mañana… —Se frotó los ojos, asqueado por lo
que tendría que hacer—. Ahora tengo que irme, pero haré todo
lo posible para evitar que vayas a la cárcel, así que será mejor
que cumplas tu parte del trato ahora mismo.
—Lo haré. —Se quedó callado un momento y suspiró—.
Gracias, Nate. Lo siento mucho. Sólo quería cuidar de mamá y
ya sabes que no tomo drogas.
Nathan suspiró profundamente.
—Lo sé, tío. Saldremos de esta. —Su hermano no tomaba
más que aspirinas o una cerveza desde aquella primera vez que
bebió tanto y se pasó el día siguiente vomitando hasta la priel
fantasma de la noche
25
mera papilla. Nathan terminó la llamada y se quedó mirando el
cielo estrellado. Las palabras de su padre le resonaban al oído
desde que él le enseñara la moneda después de que a Jamie le
apalearan en la escuela.
—Necesito que me hagas una promesa, hijo. —La voz de su
padre era tensa, como si odiara pasarle esa carga a un niño.
Nathan asintió y su padre continuó:
—La promesa de un hombre vale más que todo el dinero del
mundo. Nunca rompas las tuyas.
Cuando Nathan volvió a asentir, su padre le enseñó la moneda
de sus días en las Fuerzas Especiales.
—Quiero que la tengas tú, pero conlleva unas responsabilidades.
Tu hermano nunca va a ser tan fuerte o avispado como
tú, así que quiero que me prometas que siempre cuidarás de él.
—Lo haré, papá, ya lo sabes, Jamie y yo para siempre. —Nathan
levantó la mano con la palma hacia arriba para aceptar la
moneda que había guardado como un tesoro. Eso fue un mes
antes de que su padre, un corredor de ARCA, se matara en una
espantosa colisión. A los ocho años, Nathan nunca se imaginó
lo que ahora tenía que hacer para cumplir la promesa que le
hizo a su padre.
Para cumplir la promesa que le hizo también a su hermano.
Se levantó y se alejó del árbol, desenchufó la unidad de encriptado
y la guardó. Entonces, pidió el punto de extracción predeterminado
para el viernes. Cuando terminó, dejó el teléfono
sobre la hamaca de Stoner, en el suelo y aún doblada. Cuando Nathan
dejó su macuto bien cerrado, se sacó del cinturón una bolsita
verde del tamaño de una baraja de cartas que contenía una luz estroboscópica
de emergencia. Desató la bolsita y abrió un bolsillito
secreto y extrajo la moneda que siempre llevaba encima.
La misión había terminado y su equipo saldría mañana.
Nathan miró la moneda una vez más y luego la puso sobre
el petate, tal como prometió que haría cuando se fuera al otro
barrio. Stoner entendería ese mensaje tan simple.
Por lo que se refería al resto del mundo, Nathan estaba
muerto.
Dio dos pasos y desapareció en la noche.
sherrilyn kenyon y dianna love
26
Capítulo uno
Nueva Orleans, Louisiana, dos años más tarde
Terri Mitchell volvía a examinar al hombre desnudo que yacía
ante ella. El pelo negro y liso caía alrededor de aquel suave
rostro juvenil. Se había afeitado hacía poco. Esos labios cincelados
eran perfectos y muy apetecibles, como si fueran obra de un
maestro escultor.
¿Cuántas mujeres habrían disfrutado ese cuerpo y esos labios?
¿A cuántas les habría dado placer esa boca cautivadora?
¿Y por qué debería importarle? Terri contuvo su interés femenino.
Era una profesional y no debería tener en cuenta cosas
como la vida social de ese tipo o su cuerpo esbelto y musculoso,
pero la verdad era que los hombres no solían venir en
un envoltorio como ese. Y lo único que había visto hasta el momento
era su torso, ya que la sábana de algodón le cubría la mitad
inferior.
Con ayuda del bolígrafo, levantó la tela blanca para ver si
había algo más que pudiera averiguar si inspeccionaba más allá
del agujero de bala en la frente.
No mucho, a menos que quisiera añadir «bien dotado» a sus
notas. Qué desperdicio de hombre.
Seguramente no era el martes de carnaval que este tío esperaba
cuando se levantó por la mañana.
—Me gustan las mechas, esa imagen más rubia. ¿Es nuevo?
—Esa voz de barítono, como de locutor de radio, que le hablaba
por detrás pertenecía a un hombre al que no pensaba volver a
ver. Al menos, no por el momento.
Terri apartó el bolígrafo. La sábana cayó en su sitio, sobre el
torso tonificado del cadáver. Se dio la vuelta y vio al agente es-
27
pecial de la DEA, Robert Brady, y se maldijo entre dientes por
haberla sorprendido comiéndose a ese hombre con los ojos.
—Hola, Brady.
—Me alegro de verte, Terri. Estás muy bien con esa carne
de más en los huesos.
—¿Es eso una forma educada de decir que he engordado?
—Antes solía preocuparle no caber en un vestido de una talla
que no tuviera un tres como primer dígito. Ya no. Sobrevivir a
un ataque al corazón casi mortal puso en orden sus prioridades
y preocuparse por la báscula era cosa del pasado. Ojalá pudiera
olvidar otras cosas tan fácilmente.
Como el rostro engreído de Brady.
—Te he dicho que estás bien. ¿Es que no sabes aceptar un
cumplido?
Quizá si viniera de otra persona, pero a Brady le gustaban las
mujeres delgadas, pechugonas y de piernas largas. Con su metro
setenta nunca entró en la categoría de piernas largas y no había
nada en su armario que hubiera sido diseñado para un cuerpo
esbelto. Asumió que cuando salían juntos Brady hizo una concesión
por su pecho. La mayoría de los hombres de su vida llegaban
a la ridícula conclusión de que unos pechos grandes significaban
que era un polvo fácil. Los hombres tenían unas directrices tan
sencillas que a veces les envidiaba…bueno, casi.
Salieron unas cuantas veces pero tuvo el sentido común de
no acostarse con él. Terri esbozó una sonrisa.
—Gracias por el cumplido.
—¿Qué hacías? —Señaló el cadáver con la cabeza.
—Creo que eso es obvio, incluso para ti. —Le guiñó un ojo
para suavizar la puñalada—. Estoy examinando el cadáver de
un hombre. —Quizá podían mantener una conversación cordial
si él no traía a colación el pasado.
—El balazo lo tiene en la frente no en la polla.
Ella le lanzó una mirada divertida.
—Si no examinara el cadáver entero, puede que me perdiera
algo significativo. —Sobre todo porque hacía mucho
tiempo que no veía a un hombre desnudo. ¿Quién sabe? Algo
podría haber cambiado.
—Necesitas echar un polvo. —El traje azul marino arrugado
hacía horas que había perdido lustre. El pelo castaño y dessherrilyn
kenyon y dianna love
28
peinado no había cambiado; seguía siendo atractivo, aunque se
acabara de levantarse de la cama y se hubiera peinado los mechones
rizados con los dedos. Qué injusto. Los hombres no sólo
se salían con la suya al no peinarse sino que incluso hacían que
estuviera de moda.
Sin palabras para encontrar una réplica mordaz, arqueó una
ceja.
—¿Qué? —le espetó.
Ella suspiró, cansada, y le fulminó con la mirada.
—¿Por qué lo de echar un polvo es la respuesta de un hombre
para todo?
Brady se encogió de hombros.
—Quizá porque en cuanto follamos, se solucionan la mayoría
de nuestros problemas. —Le lanzó una sonrisa luminosa
que trataba de agotar su resistencia.
Lo que debería ser fácil ya que nunca había estado en la primera
página del librito negro de nadie.
Terri no estaba en el mercado del matrimonio, pero tampoco
estaba dispuesta a acostarse con un hombre por quien no
sintiera nada, lo que significaba que la primera evaluación que
hizo de su humor era probablemente correcta.
Había que cambiar de tema antes de que…
—¿Por qué no me has devuelto las llamadas? —Su rostro
perdió todo el humor y arruinó cualquier posibilidad de evitar
esa conversación.
Era mejor terminar con eso cuanto antes.
—Te devolví la primera llamada y te dejé un mensaje de voz
diciéndote que estaría fuera un tiempo.
—¿Un tiempo? —Se apartó del quicio de la puerta y se irguió—.
La mayoría de personas consideran que eso son unas
semanas, no tres meses. —Un hombre de casi dos metros inclinándose
sobre ella tendría que ser intimidante después del ataque,
pero no ahora.
Después de salir del hospital, y de la DEA, se había pasado
innumerables horas con un entrenador personal para igualar
terreno con hombres peligrosos. No quería volver a sentirse débil
o indefensa.
—Tuve que pasar por una fuerte rehabilitación… —empezó
Terri.
el fantasma de la noche
29
—Ya lo sé, ¿pero por qué me lo ocultaste?
—¿Ocultártelo? —¿Estaba loco, era insensible o simplemente
distraído? Gruñó entre dientes y dejó el sujetapapeles
sobre el cadáver, luego hizo una mueca al pensar en la falta de
respeto que le había mostrado al difunto.
¿Qué le ocurría para que los tipos atractivos le minaran la
confianza?
—Hay muy pocas clínicas de rehabilitación en Nueva Orleans
desde el Katrina, ¿o no te has dado cuenta?
—Ese no es el motivo por el cual te distanciaste. La agencia
habría…
—¿Qué? —Apretó el bolígrafo que tenía en el puño y luego
se cruzó de brazos para esconder las manos—. La DEA me dio
la espalda y me dejó colgada.
—Eso no es cierto. Tú tomaste la decisión final.
—Sí, claro. Dimití yo, tienes razón. —Empezó a abrir y cerrar
el bolígrafo y luego paró. Lo último que quería era enseñarle
cómo perdía el control—. Me suspendieron y empezaron
una investigación mientras seguía entubada en el hospital. Perdóname
si estoy un poco…irascible.
Brady dio dos pasos atrás, con las manos en los bolsillos, se
detuvo y le miró con la cabeza agachada.
—¿Qué esperabas que hicieran?
—Esperaba que… —Se le hizo un nudo en la garganta. El
dolor y la humillación le envolvían los recuerdos que empañaban
sus pensamientos cada día—. Esperaba que me creyeran y
me apoyaran. No que me culparan de la muerte de Conroy o
sospecharan que trabajara con Marseaux. —Malditos todos.
¿Quién podría pensar que había matado a su compañero y colaboraba
con ese gusano de Marseaux?
—La DEA no ha emprendido ninguna acción contra ti.
—Todavía no.
—Cierto, pero en dos semanas tomarán la última decisión y
cerraran el caso.
—O me imputarán el crimen. —Trabajaba contra reloj para
demostrar su inocencia y encontrar al asesino de Conroy. Los
de Asuntos Internos de la DEA también se apresuraban para
culparla y procesarla.
—Si te mantienes alejada de los problemas todo irá bien.
sherrilyn kenyon y dianna love
30
Terri soltó una carcajada. Brady tendría que decírselo directamente:
«Que no te pillen con ningún criminal».
Para él era fácil decirlo. Ella necesitaba contactos, relacionarse
con nuevos informadores y eso significaba asociarse con
criminales. Aunque no era tarea fácil dado que se sabía que su
soplón había muerto después de que a ella y a su compañero
Conroy les tendieran una emboscada. A su mejor contacto en el
caso Marseaux le habían encontrado asesinado al día siguiente.
En cuanto se levantó tras la operación, Terri no tardó en
darse cuenta de que las preguntas que le hacía la DEA eran con
intención de interrogarla; no se trataba de simple información.
Había depositado su confianza en ellos y la habían jodido.
Nunca más. Mientras estaba en rehabilitación la había contratado
el BAD (Bureau of American Defense), el Departamento
de Defensa de los Estados Unidos, y ahora trabajaba para
la agencia multijurisdiccional secreta que protegía a los ciudadanos
estadounidenses dondequiera que se encontraran. La
DEA no sabía que el BAD existía. Otro motivo más por el que
se alistó.
Dos semanas. Terri se apartó un rizo errante que le caía por
la frente. Tendría suerte si encontraba a un criminal que quisiera
volver a hablar con ella.
—Guárdate ese consejo. Nunca me he metido en líos. —Terri
misma hizo una mueca al oírse esa voz regañona. No le debía
nada a la DEA, pero sí se lo debía a Brady por disparar al tío
que intentó apuñalarla con un cuchillo de carnicero de treinta
centímetros. Buscando en su interior la calma que le habían enseñado
en autodefensa, respiró hondo.
—La agencia no quiso que volviera y, si hubieran querido,
me hubieran relegado a un trabajo de oficina. Hubiera sido mejor
que anunciaran en el tablón que no soy de fiar en este
campo.
Lo más importante, no podía limpiar su nombre o averiguar
quién les había tendido la trampa a Conroy y a ella mientras estuviera
sentada detrás de una mesa contestando al teléfono. Firmar
con el BAD le dio la oportunidad de seguir luchando.
Brady tuvo la decencia de parecer incómodo. Paseó la mirada
por la habitación antes de murmurar:
—En este momento esto no viene al caso. —Entonces se
el fantasma de la noche
31
centró en ella de nuevo—. ¿Tienes planes para el martes de carnaval?
¿Quieres venir a tomar algo luego?
Hacía tiempo que no le pedían cita para salir, así que en
parte era halagador, pero no era un camino que tuviera ganas de
volver a recorrer. Sobre todo, no con él.
—Ahora mismo no. Estoy bastante ajetreada.
»… demostrando mi inocencia e intentando condenar a un
horrible asesino, ya sabes, lo típico que puede preocuparle a una
mujer que se enfrenta a años de cárcel.
Él arqueó las cejas al oír esa mentira porque conocía la verdad
que se escondía tras sus palabras, pero no siguió insistiendo.
—¿Aún no sabes lo que quieres, verdad?
Esa pulla la puso tensa. Después de tres copas de vino, al final
de un largo día hacía cuatro meses, le había soltado algunos
de sus pensamientos más personales. Pero eso no fue bastante
humillante, no señor, tenía que terminar contándole que no sabía
lo que quería de la vida.
Él lo aprovechó como una invitación para ayudarla a averiguarlo.
Eso sí fue un momento de debilidad. Trató de olvidarlo.
—Bueno, averiguar qué quieres de la vida es averiguar también
lo que no quieres. Ciñámonos al trabajo, ¿de acuerdo?
¿Qué haces por aquí? Esta no es tu zona habitual. —Terri cogió
la carpeta sujetapapeles.
—Estoy en un caso. —Miró al difunto—. ¿Qué te interesa
a ti del cadáver?
Ella se relajó. Brady había venido por la víctima y no únicamente
para verla. Quizá pudieran mantener esto a un nivel
profesional al fin y al cabo.
—Lo encontraron hacia el mediodía en una zona que he estado
investigando.
Los ojos de Brady se abrieron un poco más.
—¿En qué estás trabajando?
—No puedo hablar de esto contigo igual que tú tampoco
puedes hablarme de tu caso.
La curiosidad le ardía en la mirada.
—¿Y dónde has estado? ¿Para quién trabajas?
Pensó en la respuesta y decidió que lo mejor era ceñirse a la
tapadera que le había dado el BAD.
sherrilyn kenyon y dianna love
32
—Soy consultora en el Departamento de Policía de Nueva
Orleans.
—Ah…sí, me lo habían comentado.
Terri no mordió el anzuelo para seguir explicándole. Jugó a
la defensiva obligándole a él a seguir la conversación si quería
que ella continuara hablando.
Carraspeó.
—Tengo un colega en la policía que dice que corre el rumor
de que trabajas para una agencia privada. ¿Cuál?
Ella puso los ojos en blanco.
—Y también descuartizo pollos a medianoche para ofrecerlos
en sacrificio a los dioses de la santería. Soy consultora, así de
sencillo. Nada nuevo. —Recobró la confianza en sí misma y se
la sirvió con un tono aburrido—. ¿Qué puedes decirme del cadáver?
Brady miró el cuerpo y luego a ella. Estaba claro que intentaba
ganar tiempo para decidir qué podía compartir, si es que iba
a compartir algo. Dudaba que le ofreciera nada de utilidad.
—El tío se llama Nathan Drake. Traficaba con drogas y trató
de pegársela a la familia equivocada.
A ella le saltaron todas las alarmas. ¿Por qué compartía eso
cuando el solo concepto iba contra su propia naturaleza?
—¿Cómo lo sabes?
—Era nuestro soplón dentro de una familia del crimen organizado.
Drake se volvió codicioso y quiso abarcar demasiado.
Recibió lo que se merecía. —Brady le clavó una mirada penetrante—.
Por eso no puedes fiarte de estos tipos.
Terri enrojeció al oír esa censura tan inesperada por su
parte. Había pagado el precio por fiarse de un soplón, un criminal,
que se la había jugado. No hacía falta que se lo recordara,
pero insultarle ahora no haría más que bloquear ese caudal de
información.
Sufrió en silencio y le instó a que siguiera.
—Gracias por el nombre. Comprobaré el expediente de antecedentes
penales cuando vuelva a la oficina.
—Ahórrate los esfuerzos. No tiene ficha.
Eso sí que la sorprendía.
—¿Estás seguro?
—Sí. Su hermano, Jamie, está cumpliendo condena por trael
fantasma de la noche
33
ficar con drogas; en teoría saldrá el mes que viene. Encontramos
a Nathan cuando enterraba a su madre hace unas semanas y alguien
de nuestra unidad le confundió con Jamie.
—¿Tanto se parecen?
Brady se lamió los labios y luego añadió:
—Bastante. Indagamos un poco y averiguamos que Jamie
seguía en prisión y que Nathan constaba como desaparecido en
acción de guerra por el ejército desde hacía dos años… más o
menos el mismo tiempo que hacía que su hermano fue encarcelado.
No tardó mucho en saberse que se había ausentado sin
permiso para regresar a casa y cuidar de su madre enferma.
Eso tenía sentido. También lo sentía en el alma por el pobre
hombre que yacía en la camilla. Era una lástima hacer algo tan
noble y acabar así.
—¿Y qué hizo Nathan por ti?
Brady se encogió de hombros y paseó la mirada por la habitación
como si calculara cuánto más iba a contarle.
¿O le estaba ocultando la verdad?
Dio dos pasos más antes de hablar.
—Nathan recibió un entrenamiento especial en el ejército.
Le abordamos y le dijimos que no diríamos al ejército que le habíamos
localizado si trabajaba como agente secreto y nos ayudaba
a capturar al jefe de la familia. Aceptó, consiguió trabajo en
una compañía naviera, un gran frente para el contrabando.
En otras palabras, Brady había encontrado al pobre primo
en un momento muy bajo y lo había coaccionado para que trabajara
para la DEA.
Terri intentó pensar desde un punto de vista profesional y
mantener a raya sus emociones, pero este tipo había muerto básicamente
porque le chantajearon para que ayudara a los federales.
—Le jodisteis.
—No exactamente. —Brady apartó la vista al hablar, señal
de que escondía algo—. Teníamos muy buena información. Nathan
trapicheaba con las drogas, pero no al mismo nivel que su
hermano Jamie. No le pedimos que hiciera nada en lo que no
estuviera ya metido.
Terri aceptó esa información con una buena dosis de escepticismo.
Había trabajado con Brady lo suficiente para saber que
o bien omitía la verdad o la estaba tergiversando.
sherrilyn kenyon y dianna love
34
Él se cruzó de brazos.
—Le dimos a Nathan información sobre los personajes
clave de la familia que nos interesaban y le preguntamos si
creía que se podría infiltrar.
—Como si pudiera escoger.
—Todo el mundo puede escoger, Terri. —Su tono tenía más
peso que el tema que debatían. No había olvidado su sutil rechazo,
ni tampoco lo había encontrado sutil, a decir verdad.
Esta vez fue ella quien apartó la mirada.
—Como tú digas.
Sorprendentemente, Brady siguió hablando.
—Nathan dijo que conocía a la familia através de lo que su
hermano le había contado. Que estaba dispuesto a entrar si con
ello sacaba a su hermano de la cárcel antes y limpiaba su expediente
militar. Acepté. Si nos hubiera conseguido lo que necesitábamos
para este viernes, hubiera sacado a su hermano el fin de
semana, salvo cuestiones de disciplina. Así que él mismo se jodió.
Ella frunció el ceño.
—¿Cuánto lleva su hermano a la sombra?
—Unos dos años.
—¿Entonces por qué tantas prisas para sacarle en un par de
semanas?
Brady agachó un poco la vista pero dijo, indiferente:
—Quizá porque su madre estaba a punto de morir. O sólo
quería que algo en su triste vida pareciera noble. ¿Quién sabe?
Terri lo pensó. También contempló otra posibilidad, como
que quizá este cadáver no tenía nada que ver con su investigación
en el puerto. Sólo era una coincidencia que el cuerpo estuviera
en las proximidades en el momento equivocado.
Pensó de nuevo en las palabras de Brady.
—¿De verdad podías sacarle de la cárcel o era un farol?
—¿Había jugado limpio en este juego con Drake?
—Está previsto que Jamie salga dentro de un mes. El celador
dice que es un reo ejemplar. No hubiera sido difícil hacer un
trato para soltarle antes, siempre y cuando el celador no se opusiera.
Pero este tío, Drake, resultó ser un punto muerto —no
pretendo hacer broma— en nuestra investigación. —Brady
sonrió. Por una vez, no era apuesto ni atractivo, era simplemente
molesto y arrogante.
el fantasma de la noche
35
—Eres tan gracioso. —Se abstuvo de sacudir la cabeza y llamarle
imbécil. Sería malgastar sus esfuerzos ya que era un gilipollas
rematado. Se dio la vuelta hacia el difunto—. Tengo que
volver al trabajo…
—Ya has terminado. Él forma parte de nuestra investigación.
—Hizo demasiado hincapié en lo de «nuestra»—. Aquí no
hay nada para el Departamento de Policía de Nueva Orleans. El
fiambre nos pertenece. Si tienen preguntas, diles que se pongan
en contacto conmigo, pero de momento las manos fuera. Haré
que recojan a Drake mañana.
Terri se incorporó para mirarle. ¿Qué era tan importante
para darle tanto bombo al cadáver de una mula? Tenía un trabajo
que hacer. Si lograba establecer por qué esto no encajaba
con su investigación, dejaría que Brady hiciera la suya.
¿Cuánto más compartiría con ella?
—¿Qué familia de la droga estaba conectada con la empresa
para la que trabajaba Drake?
El pecho del investigador subía y bajaba lentamente, retrasándose…
y despertando su interés.
—El grupo Marseaux.
Ella asintió.
—De acuerdo, esto aclara su identidad y simplifica mi lista
de cosas por comprobar. Ya llevo bastante tiempo sin tener que
involucrarme con la DEA. —Se llevó la carpeta al pecho y sonrió,
ofreciéndole una muestra de su aprecio. El colega «infiltrado
» de Brady en la policía de Nueva Orleans no tenía modo
de saber que el BAD la había enviado de forma clandestina para
que averiguara si la familia Marseaux suministraba armas a organizaciones
terroristas.
Por otro lado, el BAD no sabía que había aprovechado la
ocasión para seguir involucrada porque tenía su propia misión:
dar con la persona que les había tendido la emboscada a ella y a
Conroy. Volaba en solitario y pensaba seguir así.
Cualquier conexión con la familia Marseaux era su prioridad
número uno.
El cadáver frío de Nathan Drake no era más que el tema
candente.
sherrilyn kenyon y dianna love
36
ϒ
El celador McLaughlin colgó el teléfono; no creía la mala
suerte que podían llegar a tener algunas personas. Dado a lo que
se dedicaba, no es que tuviera el corazón de oro pero cuando decidió
hacer carrera en el sistema penal quería hacer algo más que
vigilar a los presos. Cuántos más reos pudiera rehabilitar para
soltar, mejor para todo el mundo, ya que gran parte de la población
en la cárcel iba a vivir entre los inocentes en algún momento.
Rehabilitarlos era la única esperanza para la sociedad.
El preso que salía hoy era un candidato perfecto para integrarse
en la sociedad sin grandes problemas.
Hasta ahora, maldita sea. Ya no importaba. En este punto
McLaughlin no podía cambiar en lo que tanto había trabajado
para ayudarle. Sobre todo, dado que creía sinceramente que este
convicto no reincidiría ni sería una amenaza para nadie.
Al menos eso es lo que pensaba hasta esa llamada. Ahora…
Sí, Jamie Drake probablemente regresaría y esta vez para
una estancia mucho más larga.
El intercomunicador que había en su escritorio zumbó y
pulsó el botón.
—¿Sí?
—Drake está listo para salir, señor.
McLaughlin soltó un suspiro de resignación.
—Ahora mismo voy. —Preparándose para lo que tenía que
contarle a este pobre diablo, se levantó y salió de la oficina para
soltar al convicto.
Cuando llegó hasta Drake, los guardas llevaban a ese tipo
fornido esposado y con grilletes en los pies. Un último recordatorio
de dónde había permanecido durante los últimos dos años
y que, además, sería un escarnio más dada la noticia que debía
darle.
La vida ya era lo bastante dura para Drake pero iba a empeorar
dentro de unos minutos. Seguir humillándole ahora mismo
era sencillamente peligroso. McLaughlin señaló al oficial que
estaba a su lado con la barbilla.
—Quítale las esposas y los grilletes.
El oficial pestañeó, incrédulo, ante esa orden tan poco ortodoxa
y luego hizo lo que le mandó. McLaughlin escudriñó a
este futuro ex presidiario en busca de alguna señal de agradecimiento
pero no encontró nada en sus pétreas facciones.
el fantasma de la noche
37
Claro que cualquier otra reacción le hubiera sorprendido.
—Te acompañaré hasta la carretera. —El celador se giró hacia
otro de los guardas, que le abrió la puerta.
—¿Por qué? —El deje de recelo era patente en su voz, así
como el de amenaza que advertía a todos los que trataban de
evitar que se marchara. Había cumplido su condena y sabía que
debían dejarle marchar.
McLaughlin no quería entretenerle igual que tampoco quería
ser el portador de malas noticias, pero algunos días era una
jodienda ser el mandamás.
—Quiero hablar contigo un momento.
—En cuanto venga mi hermano, habré terminado con ese
sitio —dijo lanzándole una mirada fría—, y contigo.
En ese momento, al oír esas palabras, McLaughlin se acordó
de que hicieron falta cinco guardas corpulentos para separar a
Drake de otro reo que le había atacado.
Y los guardas no habían salido ilesos.
Asintió en dirección a un guarda armado que entendió que
la señal significaba que le siguiera a la calle.
Cuando Drake cogió la bolsa con sus escasas pertenencias,
esta contenía también algo de dinero y una muda que Mc-
Laughlin le había guardado al entrar. Una señal de debilidad y
respeto poco habitual, que ningún otro reo se había ganado de
él durante todos los años de celador.
Drake agachó la cabeza y salió por la puerta que daba al exterior.
McLaughlin siguió al que había sido un interno ejemplar.
Drake nunca le había levantado la mano a nadie que no le hubiera
atacado primero. Desafortunadamente, la última vez que
se defendió el año pasado acabó con una cicatriz irregular de
veinte centímetros en el pecho y otros tres meses añadidos a su
condena.
Pero el preso que había intentado matarle con una silla seguía
en el hospital.
Drake redujo la marcha mientras andaba entre las imponentes
alambradas hacia la verja coronada con alambre de púas.
Dos compañeros del hombre que había enviado al hospital
empezaron a soltarle obscenidades que Drake parecía ignorar
hasta que uno gritó:
sherrilyn kenyon y dianna love
38
—Qué lástima que tu madre muriera antes de salir. Me hubiera
gustado echarle un buen polvo.
Unas nubes de tormenta retumbaron en el cielo, amortiguando
el resto del escarnio.
Él no aflojó el ritmo ni se dio la vuelta para mirar a esos dos
que le insultaban cuando les sacó el dedo.
Eso era lo que le preocupaba a McLaughlin. Este tío no había
dicho ni una palabra desde que supo que había muerto su
madre. Ese dedo era la máxima prueba de emoción que le había
visto en dos años.
Cuando Drake cruzó la verja, se le hundieron un poco los
hombros, lo justo para que el celador pensara que este cabrón de
hielo sentía alivio al fin por ser liberado.
—Tengo algo que comunicarte —empezó McLaughlin.
Sus ojos azul grisáceos y helados le miraron. El viento racheado
le soltó algunos mechones de la coleta apretada que llevaba.
—¿Qué?
Esa palabra estaba empapada de más amenaza que una
banda entera de vigilantes armados. Se había enfrentado a muchos
criminales en su vida, pero el implacable control de Drake
y esos ojos grises sin vida le erizaron el vello de los brazos
cuando se cruzaron sus miradas.
Sería mejor que dejara de perder el tiempo.
Dio un paso atrás —por su propio bien— antes de volver a
hablar.
—Acaban de llamar. Tu hermano no vendrá a recogerte.
Drake entrecerró un poco los ojos, lo justo para hacer que su
mirada «muerte a todo aquel que me dé malas noticias» fuera
más intensa.
—¿Qué ha hecho ahora?
McLaughlin apartó la vista.
—Ha llamado mi amigo Percy Philips. Por cierto, Percy será
tu agente de la condicional. Tienes información sobre él en el
macuto. Ponte en contacto con él antes del fin de semana como
muy tarde. Tiene trabajo para ti en un taller. —El celador esperaba
que la idea de tener trabajo suavizara la noticia que dudaba
en darle. Le pidió a Percy que no dijera nada de la salida de
Drake para darle un respiro antes de enfrentarse a la sociedad.
el fantasma de la noche
39
—No te he pedido ayuda.
—Cierto, pero te irá bien y te lo debo por arreglar mi viejo
Roadrunner cuando todos me dijeron que comprara un motor
nuevo. Ese coche vale muchísimo más ahora que las piezas originales
funcionan.
—Volvamos con mi hermano.
McLaughlin suspiró. No podía retrasar más lo inevitable.
—Percy habló con un colega suyo en el Departamento de
Policía de Nueva Orleans…
Drake se relajó y soltó un suspiro.
—Sacaré a Nathan de la cárcel en cuanto llegue a casa.
—Se dio la vuelta y miró la única carretera que llevaba a la civilización
en esta parte de Louisiana—. ¿A cuánto está Nueva
Orleans?
—A unos ochenta kilómetros. Pero tu hermano no está en
la cárcel, Jamie. Está…muerto.
Nathan Drake tomó aire y aceptó ese golpe tan duro como
si hubiera sido asestado con una barra de hierro en la boca del
estómago. No. Su hermano no podía estar muerto. No después
de haberle suplantado en el juicio, tras pasar dos años en este
infierno y haber convencido a todo el mundo, desde abogados al
jurado y a este celador, que él era Jamie por un motivo.
Para proteger a su hermano.
Jamie había muerto. Nathan no podía conjugar esas dos palabras
juntas. Se dio la vuelta; el odio le hervía por todo lo que
le rodeaba.
Detrás del celador oyó que amartillaban un rifle.
McLaughlin levantó una mano; una orden silenciosa para
que el guarda se retirara.
—¿Cómo…? —Nathan carraspeó después de esa primera
palabra entrecortada—. ¿Cómo murió?
—No estamos seguros…
Esa pequeña esquirla de emoción que Nathan había mostrado
se disipó tras una máscara de furia que había hecho retroceder
a otros prisioneros peligrosos.
—No me mientas.
McLaughlin suspiró.
sherrilyn kenyon y dianna love
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—Percy dice que la policía le contó que a tu hermano le habían
encontrado muerto de un disparo en el puerto. Creen que
el tiroteo estaba relacionado con las drogas. Creen que… —Vaciló,
ocultando algo—. Tu hermano traficaba con drogas.
Hijos de puta mentirosos. Jamie no había tomado nada más
fuerte que la aspirina. Drogas. Un hombre controlaba el setenta
por ciento de las drogas en Nueva Orleans: Marseaux, el mismo
gilipollas que había obligado a Nathan a tomar la única salida
hacía dos años: renunciar a todo para ocupar el lugar de Jamie
en una celda.
—Mira, Drake, sé que es una mierda, sobre todo porque
erais… gemelos. Tengo un par de nietos gemelos, así que entiendo
lo unidos que estabais, pero no eches a perder esta oportunidad.
No puedes cambiar el pasado. Sé que te trataron injustamente
por esos meses extra, pero el abogado del tío que te
atacó estaba bien relacionado. Hice todo lo que pude para sacarte
a tiempo para enterrar a tu madre o no hubieras salido un
mes antes de lo debido. Desafortunadamente, nadie se movió
deprisa en el gobierno para que pudieras haber estado en el funeral.
Sé que ahora mismo no te hace sentir bien, pero vuelves
a ser un hombre libre, así que no metas la pata. No quiero volverte
a ver antes de que archiven todo el papeleo.
Estalló un rayo que iluminó el cielo. El celador echó la cabeza
atrás para evaluar los nubarrones.
—Parece que esta noche de carnaval va a ser algo húmeda.
Que le jodieran al tiempo. Nathan se dio la vuelta y echó a
andar hacia la estación de autobuses. Se detuvo pero no se giró.
McLaughlin le había tratado bien. Intentó hacerle salir antes.
Nathan detestaba a todo el mundo del departamento de seguridad
por no acabar con Marseaux pero le debía al celador algo
por intentar al menos que saliera a tiempo antes de que muriera
su madre.
—Gracias.
—¿Quieres el nombre del tipo que tiene trabajo para ti?
—No.
—Entonces entierra a tu hermano y no te metas en líos
—le advirtió.
—Puede que haga algo de eso. De cualquier modo, no volverás
a verme por aquí. Te doy mi palabra.
el fantasma de la noche
41
Alguien pagaría por asesinar a Jamie.
También daba su palabra por eso.
Terri arrugó la nariz por el ambiente cargado provocado por
las más de cuarenta personas que trabajaban demasiado cerca
para su gusto. Apuró otra taza de café, o el equivalente más cercano
que servían en esta comisaría satélite no muy lejos de la
jefatura de policía de Broad Street. Nueva Orleans seguía luchando
por recuperarse del Katrina y del elemento criminal que
había cuadruplicado la necesidad de un departamento de seguridad.
Esta comisaría se había creado ante todo para controlar el
exceso de asesinatos y de narcotráfico.
Se colgó el asa del bolso al hombro y se dirigió hacia el coche.
Sintió un dolor punzante en el muslo derecho que la dejó
sin respiración. La pierna le estaba haciendo saber que durante
los últimos días había estado demasiadas horas de pie. Desafortunadamente,
eso no iba a cambiar.
—¡Hola Mitchell! —Sammy se levantó de su silla desde el
otro extremo de la sala. El agente novato que le habían asignado
como ayudante en la investigación de Marseaux blandió un papel
y la llamó otra vez. El ruido de las conversaciones que se
mezclaban se llevó sus palabras.
Cambió de rumbo, procurando andar con suavidad. Andar
sin esa cojera no sería tan difícil si no tuviera que navegar entre
mesas atestadas y gente apiñada en las zonas abiertas. Y si no
llevara esa falda… pero a veces una mujer con falda aún hacía
que los hombres bajaran la guardia. Usaba cualquier arma a su
disposición para conseguir lo que quería: atrapar al cabronazo
que les tendió una trampa a ella y a Conroy.
—…otra rubia perdida. Empezaba a preguntarme si es que
se pierden —dijo un detective al pasar por su lado.
Terri aflojó el paso para mirarle a los ojos y entrecerrarlos
para enviarle un mensaje del tipo «eres un imbécil». El detective
adoptó un aire más serio pero aún así la miró como diciéndole
que para él era una más del grupo de rubias tontas. Hombres.
Sammy esperó, recostado en su sillón. Tenía el pelo rubio
oscuro cortado a la última, una sonrisa Profident en un rostro
afeitado recientemente y una personalidad muy agradable.
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—¿Qué tienes?
—La dirección de Nathan Drake y un poco de información
acerca de él.
—Genial. —Cogió el papel que le ofrecía, que tenía unas
notas escritas en mayúsculas y con buena letra, e hizo el amago
de irse.
—Por cierto, el cadáver ha desaparecido.
Terri se dio la vuelta.
—¿Qué?
—Se suponía que alguien de la DEA iba a recogerlo esta
tarde para el juez de instrucción, pero cuando llegaron al depósito
de cadáveres el cajón estaba vacío. Todo el mundo está que
trina. Tony es el del turno de noche y me ha dicho que lleva una
hora peleándose con los de la DEA.
Ella había visto el cadáver en el depósito a última hora de
ayer, hacía menos de veinticuatro horas. Nathan Drake estaba
como una piedra así que estaba segura de que no había salido
andando, ni…
No, se reprobó a sí misma por pensar siquiera que se hubiera
levantado solo. Esto no era una novela de Anne Rice. Podía
ser Nueva Orleans pero los muertos no salían a pasear.
Entonces, ¿quién quería el cadáver? ¿Y por qué era tan importante
para la DEA?
—¿Qué hay de las cámaras de seguridad exteriores?
—No hay nada en ninguna. Hubo un pequeño salto en el
tiempo anoche de unos cuatro segundos tan sólo, pero tienen
tres cámaras cubriendo la entrada desde que aquel hombre perdió
la chaveta hará cosa de dos meses. Nadie puede pasar sin ser
descubierto con esas tres cámaras ocultas y tan sólo cuatro segundos…
a menos que sea un fantasma. —Sammy sonrió otra
vez y arqueó las cejas—. Claro, esto es Nueva Orleaaaaans, hogar
de vampiros y demonios.
—Sí, claro. Ciñámonos a la realidad. Dudo que un fantasma
robara el cadáver. Gracias por las direcciones y la información.
Se fue, tratando de no hacer muecas de dolor a cada paso.
Cuando llegó a su Mini Cooper, había cambiado de idea. No iría
a casa a cambiarse. Si Brady y los demás de la DEA estaban ocupados
en el depósito buscando el cadáver, era la mejor ocasión
de fisgonear en casa de Drake.
el fantasma de la noche
43
Empezó a teclear la dirección en el GPS y parpadeó sorprendida
al darse cuenta de dónde se ubicaba. La casa estaba
cerca de la suya en el barrio francés, aunqué la de Drake estaba
en Rampart Street; que no era la zona más segura precisamente.
Bajó las ventanillas y salió del aparcamiento que estaba
lleno de vehículos camuflados y coches patrulla.
El frío viento de febrero, empapado de los olores de los restaurantes
cercanos, le abanicaba el pelo y la piel. La cocina cajún
era la marca de la casa en la mayoría del país, pero los nacidos
en Louisiana sabían que la cocina de este estado era mucho más
que estofado y cangrejo hervido. Le gustaba ver cómo volvían
los negocios y la ciudad se reconstruía, pero las hileras enteras
de ventanas rotas y entabladas demostraban que aún había mucho
que hacer para que la ciudad recuperara su antigua gloria.
Cuando pasó por delante de su casa, que compartía con su
abuela, Terri hizo una nota mental: tendría que pasar más
tiempo en casa durante el día. Trabajaba por la noche por decisión
propia y su abuela era autosuficiente pero eso no impedía
que se preocupara por su única familia.
Cuando llegó a su destino, pasó la casa de largo y aparcó al
final de la calle, en la curva. Apagó las luces y estudió el vecindario.
Era una noche tranquila de jueves. Probablemente la mayoría
estaría durmiendo la mona tras un agitado martes de carnaval.
Se quitó los pendientes, cogió el paquete de herramientas
para los allanamientos de morada, que cabía perfectamente en
el bolsillo interior de su pequeño bolso.
El mismo sitio donde guardaba su SIG P229 de 9 mm. No
había manera de esconderla debajo del traje negro que llevaba.
Tiró del cuello del suéter color turquesa y se le hizo un poco
grande el escote. Daba igual. El tiempo volaba. Una mirada rápida
al retrovisor confirmó que el color del pintalabios había
desaparecido y el maquillaje se había apagado. Bien. La mayoría
de personas creerían que era una oficinista o una dependienta
al final de un largo día de trabajo. Cogió un par de guantes
de plástico de la caja que llevaba en el asiento trasero en caso
de tener que irrumpir en inesperadas escenas del crimen.
Unos tejanos y un jersey hubieran sido lo mejor para el
allanamiento, pero era inútil considerarlo teniendo en cuenta lo
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44
ocupado que estaba Brady buscando el cadáver de Drake. Podía
aparecer en cualquier momento en busca de pistas acerca de lo
que le había pasado al difunto.
Al menos ella empezaría por aquí si fuera él.
Se cambió los zapatos de salón que había llevado todo el día
por zapatillas de deporte que escondía bajo el asiento trasero.
Correr siempre mejoraba las posibilidades de no acabar atrapada…
o cortada en pedacitos.
No tenía muchas ganas de correr y no quería forzar la
pierna mala, pero no estaba de más ir preparada para todo. Se
pasó la correa del bolso por encima de la cabeza y del hombro y
la aseguró en el pecho. Hacía tiempo que no usaba las herramientas
para allanar. Ahora que trabajaba para el BAD podía
adaptar las normas como quisiera sin sentirse culpable. Era lo
justo.
A la DEA no le importó tampoco manipularlas para ir en su
contra. Había sido idiota por confiar en ellos sólo porque eran
policías.
Pero tampoco iba a dejarle pasar nada al BAD. Por lo que
había visto hasta el momento, los agentes que conocía no parecían
haber llegado a través de los canales normales del gobierno.
De hecho, la mayoría le había hecho saltar la alarma de su
detector especial de criminales.
¿Pero quién era ella para juzgarles? Podía enfrentarse a la
prisión muy pronto.
Cerró el coche con llave y se mantuvo entre las sombras
proyectadas por la luna llena, subió por la acera y pasó por delante
de un par de casas hasta llegar a la contigua a la de Drake.
La música flotaba por el patio del vecino y se mezclaba con
el delicioso olor a barbacoa. Se le hizo la boca agua. La comida
del patio olía mejor que cualquier cosa que ella hubiera preparado
en la cocina de la abuela.
Se abrió una puerta con un chirrido al otro lado de la calle y
salió un anciano con un chaquetón gris y un chucho peludo
atado a una correa.
Cuando llegó a la calle y tomó la dirección contraria a la
suya, Terri corrió hacia el pasaje de hormigón de la casa de
Drake.
el fantasma de la noche
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La pared de madera azul tan bien cuidada hacía palidecer los
exteriores más toscos de las casas vecinas. No parecía haber daños
evidentes por el paso del Katrina en casa de Drake. Las contraventanas
negras estaban echadas sobre las ventanas y no faltaban
lamas. Como el resto de las casas de la calle, era estrecha,
con un enrejado blanco alrededor de los aleros. Esa pintoresca
vivienda era como salida de un cuento de hadas. Todo parecía
ordenado, salvo algo de suciedad y escombros amontonados sobre
un trozo de descuidado césped.
Se detuvo ante la puerta de madera situada en un lateral de la
casa para impedir que los extraños aparcaran en el camino de entrada.
Un candado sencillo y barato mantenía la cadena unida a
través de una estructura de madera desvencijada. Empujó la
puerta un poquito y miró.
Del pequeño patio no salió al ataque ningún perro.
Probablemente, Nathan Drake se había ocupado de la casa
mientras su madre vivía aquí, pero no durante las últimas semanas
ya que el césped estaba lleno de malas hierbas. La única
información que encontró Terri además de las notas de Sammy
era la esquela según la cual Lydia Drake había sucumbido al
cáncer. No había muchos más detalles.
Sintió una punzada de compasión por la pérdida, pero nada
excusaba que trabajara para un narco. Y su hermano estaba en
la cárcel. Menuda decepción para su madre.
Al menos habían tenido a su madre más tiempo que Terri.
Se acostó un día en casa de una amiga en el norte de Louisiana
pensando que la vida a los quince era una mierda porque aún no
podía sacarse el carnet de conducir, y se despertó en una pesadilla
de verdad. Habían disparado a su madre por la noche y murió
antes de que llegara al hospital.
Un perro ladró a lo lejos y le despertó el sentido común. Tenía
que ir deprisa o Brady podía sorprenderla. Joder, por las pintas
de la gente del barrio, incluso podían atracarla si se entretenía
mucho más. Con los guantes puestos, Terri entró hasta el porche
sin vida sumido en las sombras y tiró del pomo para empezar.
La puerta se abrió.
Se le puso el vello del brazo de punta. «¿Entro o no entro?»
Miró alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca,
abrió el bolso e introdujo la mano para tocar la 9 milímetros. Se
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libró del miedo y entró; estaba preparada. La casa estaba en silencio
y a oscuras. La sensación era de vacío.
Una vez dentro, usó una linternita de LED que llevaba en el
llavero para examinar rápidamente el interior. Había entrado
por una pequeña sala de estar y fue hacia la cocina, que olía a
limpio. La encimera estaba impecable pero los cajones estaban
medio abiertos. Había una nota enganchada en la nevera que
inspiraba vida.
Dobló un poco las piernas y apretó los dientes por el dolor
punzante del muslo derecho. Acercó la luz para leer la nota escrita
con muy buena letra: «Si no logro hacerlo antes de mañana
A.M., laissez les bons temps rouler».
El cadáver fue encontrado ayer sobre el mediodía. ¿Qué no
hizo Nathan Drake o con quién no pudo reunirse?
Se le puso la carne de gallina. ¿Sabía que era posible que no
volviera a casa?
De ser así, ¿para quién había dejado la nota? ¿Quién más tenía
llaves de la casa?
Le dio otra punzada de dolor en el interior de la pierna. Se
incorporó y estiró el músculo para aliviar el dolor. De la cocina
fue hasta el pasillo que llevaba a la sala de estar, donde también
estaban abiertos los cajones de las mesas.
No parecía que Brady hubiera revuelto la casa. La DEA solía
ser más cuidadosa en sus registros secretos. Eso planteaba la
pregunta: ¿Y por qué no?
Dio tres pasos más y se detuvo al llegar a un dormitorio.
Unas cortinas de encaje con volantes colgaban por encima de
una cómoda con figuritas de cristal sobre mantelitos de adorno.
Una botella de colonia White Shoulders compartía espacio con
las figuras. Una lamparilla situada en la parte inferior de la pared
proyectaba una luz suave, un destello de vida incongruente
en una casa que no tenía inquilinos vivos, según las notas de
Sammy. La colcha de ganchillo sobre una cama prístina indicaba
que era la habitación de una mujer. ¿De la madre de Nathan,
Lydia Drake?
No había ningún cajón abierto. De hecho, no había nada
fuera de lugar.
Terri fue hasta la puerta siguiente; quería registrar la otra
habitación en la pequeña casa. Un rápido vistazo le sugirió que
el fantasma de la noche
alguien había estado allá y la austera decoración indicaba la
mano de un hombre.
¿La habitación de Nathan?
La luz de la luna se filtraba entre las lamas de las persianas.
Apagó la linterna y entró de puntillas. Cuando se le ajustó la
vista a la oscuridad, lo primero que vio fue un cajón abierto en
una mesita donde habían revuelto unos papeles y los habían
amontonado encima del escritorio.
Terri alargó el brazo para cogerlos.
De la penumbra, alguien de manos grandes la agarró por
detrás.
Sólo le vino a la mente una cosa: «Mierda».
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