sábado, 30 de junio de 2012

Actitud Provocadora

Actitud provocadora
Sherrilyn Kenyon
Irak, 2003
No hay nada en la tierra tan caluroso como el desierto en agos -
to. Steele yacía en el agujero que él mismo había cavado en la
arena bajo su tienda para ocultarse en caso de un ataque mortal,
tratando de recordar la fresca brisa con aroma de madreselvas
que solía aligerar los calurosos veranos de su infancia.
Si se quedaba allí durante el tiempo suficiente, podía casi
apartar de su mente los sonidos de fondo de las operaciones del
ejército. El sonido de tanques moviéndose, de soldados gritándose
unos a otros. El olor a sangre, sudor y miedo. La dureza de
su fusil caliente, clavándosele en un costado, mientras lo mantenía
apretado junto a él.
Dios, quería volver a casa ahora mismo.
Volvió a pensar en Brian, quien hasta hacía tan sólo dos días
había compartido su tienda con él, y se estremeció de dolor.
Quizás después de todo no quería regresar a casa.
Todavía podía sentir la punzada que le habían provocado las
palabras de Teresa cuando la había llamado para ver cómo estaba.
«¿Cómo te crees que puedo estar, pedazo de imbécil? Simplemente,
he tenido que decirle a mi hijo de dieciséis años que
su padre ha muerto. ¡Te odio, inútil bastardo! Me juraste que lo
mantendrías con vida. Tú eres quien debería haber muerto, y
no él. A nadie le importaría si hubieses sido tú.»
Lo peor era que él sabía que ella tenía razón. Brian no habría
estado allí si Steele no le hubiera hablado de alistarse cuando
acabaron la universidad. Habían sido amigos desde la infancia,
y Brian sentía adoración por él. Teresa había querido que Brian
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se dedicara al mundo de la empresa, pero él había sido tan estúpido
como para apartarlo de allí.
«Soy yo, Brian, yo cuidaré de ti. Será como cuando éramos
niños. ¿Recuerdas cuando fingíamos ser soldados con nuestros
fusiles? Estará bien. Sólo nosotros dos, cubriéndonos las espaldas
el uno al otro. Nadie puede tocarnos.»
Ahora estaba pagando por aquella arrogancia.
Debería haber muerto él… a nadie le hubiera importado una
mierda si hubiese sido él. El odio de Teresa era irracional, pero
muchas esposas de soldados eran presas de ese odio cuando morían
sus cónyuges. Incluso aunque supieran los riesgos, era difícil
asumir la realidad y resultaba durísimo vivir con ella.
Quizás con el tiempo ella se lo perdonaría.
Dejó escapar una bocanada de aire, con lentitud y cansancio,
y se detuvo en seco cuando dos hombres entraron en su tienda,
llevando en sus brazos los pequeños baúles reglamentarios del
Ejército.
—Sargento —dijeron los dos soldados a modo de saludo.
Si él fuera un oficial, no lo hubieran saludado. Steele tuvo
que contenerse para no poner los ojos en blanco ante aquel pensamiento,
lo cual, dada la situación actual, podría significar una
bala en la nuca para alguien. Pero su comandante había decidido
que el protocolo militar debía respetarse, incluso si eso significaba
recibir la bala de un francotirador en la cabeza…
A menos que se tratase de un buen capitán. En ese caso las
«vías apropiadas» adquirían un significado enteramente nuevo.
Steele frunció el ceño ante ellos.
—¿Qué estáis haciendo aquí?
—El capitán Schmidt nos dijo que empaquetáramos las pertenencias
del cabo Garrison. Hoy vendrá un hombre nuevo a
reemplazarlo.
Steele entrecerró los ojos al oír sus palabras. Sabía que Brian
no tardaría mucho tiempo en ser reemplazado, pero maldita sea…
Era demasiado pronto. Él no estaba preparado. Necesitaba
más tiempo para enfrentarse con aquel enorme agujero que había
en su interior y le dolía cada minuto de cada día por la pérdida
del amigo, mejor dicho, del hermano que había perdido.
Nadie podría reemplazar nunca lo que Brian había sido para él.
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Con el corazón enfermo, observó cómo los dos soldados comenzaban
a colocar las cosas de Brian en una de las taquillas.
Había un montón de fotografías de su hogar en Fort Benning
que Teresa le había enviado de ella y de Cody. Dibujos que Co -
dy había hecho y coloreado en su clase. Una pequeña almohada
que Teresa le había enviado, perfumada con el perfume que
siempre llevaba.
Acudieron a él imágenes de Brian sosteniendo esa almohada
contra su rostro antes de echarse a dormir. Brian había querido
a esa mujer por encima de todas las cosas. Se habían conocido
siendo estudiantes en el segundo año de facultad en una lavandería
y se habían enamorado inmediatamente. De lo primero
que hablaba Brian por la mañana era de Teresa y Teresa era en
lo último en que pensaba antes de dormir.
Brian había muerto con una foto de ella y de Cody en el bolsillo.
Steele frunció el ceño al ver a uno de los hombres arrancando
páginas del cuaderno de Brian, donde escribía un diario
de sus días en el infierno. Brian estaba extremadamente orgulloso
de hacerlo. «Algún día, Cody querrá saber qué es lo que
hacía su padre mientras estaba lejos. De este modo, sabrá exactamente
cuántas veces pensaba en él y en su madre.»
—¿Qué estáis haciendo? —preguntó Steele a los soldados.
—El capitán dijo que confiscáramos cualquier cosa que pudiera
contener información confidencial para que el sargento de
la sección pudiera revisarla más tarde.
Steele les lanzó una mirada de odio.
—Eso son notas de un diario para su esposa y su hijo.
—Podrían comprometernos.
¿Comprometerlos?
Eso era endiabladamente gracioso, viniendo de su capitán.
Steele se golpeó los pies con el rifle que solía llevar en la
mano, pero sabía que no sería nada bueno atacar a esos hombres;
se limitaban a obedecer órdenes.
—Brian no escribió ahí nada que…
Se interrumpió al ver a uno de los soldados revisando las fotos.
Estaba apartando las que mostraban a Brian en uniforme,
que eran casi todas.
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Aquellas fotos y las cartas de Brian eran todo lo que a Teresa
y a Cody les había quedado del hombre que amaban.
¡Todo aquello era basura! La ira se apoderó de él, arrancó el
cuaderno de las manos del soldado y se dirigió a ver a su ilustre
capitán.
Con cada paso que daba su furia aumentaba. Lo que hacían
no estaba bien. Brian no era una simple pieza que pudiera sustituirse.
Había sido un hombre con un futuro. Con una familia
que lo quería y lo necesitaba.
«Eres un soldado. Sabes cómo es la vida.»
Steele venía de generaciones de soldados. Hombres que habían
muerto en la guerra. Tenía que haber estado preparado
para lo ocurrido.
Y, sin embargo, no podía sobreponerse a la muerte de Brian
tan fácilmente. Había estado demasiado unido a él. Brian no había
sido simplemente otro soldado para Steele.
Había sido un hermano.
Steele se detuvo cuando se halló cerca de la tienda del capitán.
Pudo oírlo hablando por teléfono.
—No, señor. No estoy seguro de cómo los hombres llegaron
a perderse. —El capitán en realidad se reía—. Ya se sabe cómo
es el desierto. No es fácil orientarse en él. Los accidentes pasan
en todas partes, y aquí pasan muchos.
Steele comenzó a sentir un tic nervioso en la mandíbula.
—No, señor. Estaban allí sólo para explorar el estado del territorio.
Se suponía que el sargento Steele no iba a entablar contacto
con el enemigo. Yo mismo continúo intentando imaginar -
me qué es lo que ha ocurrido.
Basura. Ese hijo de perra los había enviado allí con un objetivo
claro. Éste les había estallado en la cara… el enemigo sabía
que venían, y ahora ese cabrón pretendía decir que él no estaba
al tanto…
Steele sujetó su rifle aún con más fuerza mientras el capitán
continuaba restando importancia a un asunto que a Brian le había
costado la vida.
Pasados unos segundos, el capitán colgó el teléfono.
Antes de que Steele pudiera controlar sus emociones y entrar
a la tienda, el capitán salió fuera.
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—¿Estábamos perdidos? —Las palabras salieron de su boca
antes de que lograra detenerlas.
El capitán, que ni siquiera se había dado cuenta de que estaba
allí, se detuvo sobre sus pasos y se volvió para mirarlo. Sus ojos
marrones se estrecharon peligrosamente al fijarse en Steele.
—¿Ocurre algo, sargento?
—No nos perdimos… —Esperó deliberadamente antes de
añadir el resto—. Señor, estábamos exactamente donde nos ordenó
que estuviésemos. E hicimos exactamente lo que nos orde -
nó que hiciéramos.
Por el lenguaje corporal del capitán podía ver que estaba
yendo demasiado lejos. Pero no le importó. La estupidez de
aquel hombre había matado a Brian, y él no estaba dispuesto a
permitir que saliera impune de aquello.
No iba a permitir que se lo tomara a risa.
El capitán se adelantó con esa vieja actitud que los militares
usan para tratar de intimidar. Le hubiera funcionado mejor de
no haber sido trece centímetros más bajo que Steele.
De todos modos, Steele se había vuelto inmune a esa táctica,
dado que había crecido con su padre tratando de emplearla
constantemente.
El capitán habló en un tono grave y mortífero.
—No volverás a hablar de este asunto con ningún alma
viva. ¿Me has entendido, soldado?
Steele apretó los dientes mientras sentía crecer la rabia en
su interior, y mantuvo la boca cerrada para evitar decir algo que,
sin duda, le acarrearía problemas.
—¿Lo has en-ten-di-do?
—Sí, señor.
El capitán asintió.
—Bien. Te será asignado un nuevo compañero esta tarde. A
las cuatro en punto de la tarde preséntate en mi tienda para tu
nueva misión.
Steele sabía mantener la boca cerrada, pero no pudo contenerse.
—¿Se trata de otra misión donde nos perderemos, señor?
La rabia en los ojos del hombre era evidente.
—No haga tonterías conmigo, sargento. Sabe muy bien que
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incluso a los mejores de nosotros a veces les fallan las armas.
Sería una verdadera pena que un hombre con su talento se encontrara
con un rifle defectuoso cuando lo necesitara, ¿no cree,
sargento?
¿Ahora aquel capullo lo estaba amenazando? Sintió unas
ganas irreprimibles de darle un puñetazo en esa cara engreída.
Pero sabía que era mejor no hacerlo. Lo único que conseguiría
sería que lo arrestaran.
—Sí, señor —dijo Steele con los dientes apretados.
El capitán pasó otros tres segundos contemplándolo con odio
antes de retirarse.
—Harás lo que se te ha dicho, soldado, y recordarás quién
manda aquí.
Steele observó cómo el hombre se dirigía hacia la parte sur
del campamento y con cada paso que daba su rabia no hacía más
que aumentar.
Ese creído y jodido bastardo no debía mandar en nada.
Miró el cuaderno que llevaba en la mano y leyó las palabras
prolijamente escritas.
Hola, Cody:
Otra nota de papá. He estado pensando hoy en ti y extrañándote
como loco. Sé que estás cuidando de mamá por mí…
El rostro de Brian surgió en su mente… seguido de la imagen
de su muerte.
Todavía ahora podía sentir la sangre de Brian, caliente y pegajosa,
salpicándole la cara.
«Incluso a los mejores de nosotros a veces les fallan las armas…
»
Esa amenaza era más de lo que podía tolerar. Dejó caer la libreta,
levantó el rifle y apuntó al objetivo.
Antes de que ningún pensamiento racional pudiera detener
sus emociones, apretó el gatillo una sola vez.
El casco de la cabeza del capitán salió disparado. Aterrizó
golpeando contra la arena y ésta se esparció alrededor. Se hizo
un silencio total mientras todo el mundo intentaba descubrir si
había sido un disparo o un petardo inesperado.
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Los únicos que sabían lo que en realidad había pasado eran
él y su blanco.
Y mientras el capitán se meaba en los pantalones ahí delante
de todos, un solo pensamiento atenuaba la satisfacción de Steele.
Aquélla había sido, sin duda, la jugada más tonta de su vida.
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Capítulo uno
—Hermana, he encontrado al hombre para ti…
Sydney Westbrook se rio de las alegres palabras de Tee
mientras apartaba la silla giratoria de su escritorio, para ver a su
jefa de pie tras ella en la entrada de su cubículo. No eran en realidad
hermanas, lo cual resultaba evidente por el hecho de que
Tee era vietnamita-americana, mientras que Syd era portuguesa,
italiana e inglesa… una peculiar combinación genética
que le daba un extraño aire exótico. Un aire que no había estado
mal hasta que Angelina Jolie había irrumpido en la escena de
Hollywood.
Es difícil ser un agente secreto cuando uno parece el doble
de alguien tan famoso. Había veces en que llegaba a odiar absolutamente
a una mujer a la que ni siquiera conocía.
Pero si tenía que ser la gemela de aquella a la que solía referirse
como «esa mujer», hubiera deseado tener un cuerpo que
también estuviera a la par del suyo. Desafortunadamente, la
naturaleza no había sido tan generosa con ella, y no sólo tenía
la maldición de ser bajita, sino que además era ancha de caderas.
Por no mencionar que, desde que había dejado la escuela elemental,
no tenía la talla de vestido de su famosa homóloga.
—¿Así que tienes un hombre para mí?
Tee asintió.
—Sí, madame, y es justo como ordenó el doctor. —Le entregó
una carpeta—. Joshua Daniel Steele Segundo. Le gusta el
submarinismo, restaurar motocicletas antiguas y jugar con armas
de fuego. Mide metro noventa y tiene el cabello y los ojos
oscuros. Ex militar. Absolutamente perfecto para ti.
Mientras examinaba los contenidos de la carpeta, Syd vio
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cuál era exactamente la razón de que fuera un ex militar, y la
verdad es que no resultaba nada reconfortante.
—¿Está en la cárcel?
Tee se encogió de hombros.
—Un ligero obstáculo en la carretera, pero podemos esquivarlo
si estás interesada.
Mmm… Se detuvo a considerarlo. Los convictos suelen venir
con mucha carga emocional, y lo último que ella necesitaba
era un llorón o un loco. A Syd nunca le había gustado hacer de
enfermera de nadie. Lo que ella necesitaba era un hombre sin
traumas que pudiera hacer lo que ella pidiera sin quejarse ni
hacer preguntas… algo que parecía imposible de encontrar.
¿Por qué había tantos hombres que querían hacer las cosas
a su manera? ¡Ugh!
Pero a medida que Syd revisaba el dossier se veía obligada a
reconocer que aquel hombre parecía tener un enorme potencial.
—Es impresionante.
Y al mirar las fotografías que había al final de la carpeta
tuvo que corregirse y admitir que era muy impresionante.
Aquel tipo estaba definitivamente hecho para el pecado. Su
cuerpo era delgado y fuerte por las muchas horas de entrenamiento
en el ejército. Tenía ojos oscuros, seductores y una sonrisa
que podía haber estado en la portada de una revista de modelos.
Se distraía con esos pensamientos para evitar silbar ante
el paquete que exhibía.
Nunca había visto a ningún hombre tan musculoso y bronceado.
Al menos no lo eran los que pasaban una noche o dos en su
cama…
Queriendo detener el curso de sus pensamientos, cerró la
carpeta y se la devolvió a Tee.
—Si te soy honesta, te diré que en realidad no estaba buscando
un chico guapo.
Antes de que Tee pudiera responder, se alzó una voz masculina.
—Oh, ¿Syd la Despiadada ha vuelto a la ciudad?
Syd soltó un suspiro de exasperación mientras el guapo
pero estúpido Hunter Thorton-Payne se situaba justo detrás de
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Tee. Era una pena que el hombre fuera un imbécil pretencioso.
Tenía una apariencia suave y sexy casi imposible de resistir…
hasta que abría la boca. Entonces era más repugnante que un
animal en celo.
Ella arqueó una ceja.
—¿Cómo va la recuperación del testículo, Payne? ¿Todavía
cojeas?
Él la miró entrecerrando los ojos antes de continuar su camino
hacia su escritorio.
—Ya me lo imaginaba —dijo Syd en voz alta—. Recibí una
postal de agradecimiento del Programa de Paternidad la semana
pasada. Parece que quieren condecorarme por salvar la diversidad
de los genes.
Se oyó un coro de risas de los otros agentes federales de la
oficina.
—Eres tan despiadada… —dijo Tee con una suave risa.
—De ahí viene mi apodo.
Tee sacudió al cabeza.
—¿Sabes que está mal que me hagas parecer Glinda la bruja
buena, verdad?
—Llámame Elphaba.1 Pero no me tires una casa encima,
¿vale?
Como era habitual, Tee continuó con su buen humor.
—Está bien, Elp. ¿Éste te sirve?
Syd dudó mientras lo consideraba.
—No lo sé.
Tee sacó una fotografía de él con el pecho desnudo y sudoroso
mientras hacía abdominales que mostraban cada uno de
sus músculos. La agitó delante de ella, como si fuera un pedazo
de delicioso chocolate.
—Vamos, Syd. Confía en mí. Quieres hablar con este tipo.
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1. Se trata de alusiones a los personajes protagonistas de un musical estrenado
en Broadway en 2003. Se titula Wicked y cuenta la historia de las
brujas de Oz antes de la llegada de Dorothy. Elphaba tiene fama de bruja
mala y Glinda es el hada buena. Al principio no se soportan, pero con el
tiempo se descubre que ambas tienen buen corazón y llegarán a ser grandes
amigas. (N. de la T.)
Necesitas hablar con este tipo. —Luego hizo que su voz sonara
más profunda—. Vamos, cariño, soy demasiado sexy para mi
camisa…
Syd sacudió la cabeza riéndose. Tee era incorregible.
—Sólo si me prometes que no me perseguirá para un polvo
rápido. No necesito y no quiero más playboys en mi vida. —Syd
estaba harta de hombres como ésos. Se había jurado que la próxima
vez que otro hombre como ése entrara en su vida sería
ella misma quien le dispararía.
O le haría exactamente lo mismo que le había hecho a Hunter.
Tee devolvió la fotografía a la carpeta.
—Muy bien. Entonces nos encontraremos con él dentro de
una hora. ¿Estás preparada?
Syd miró su ordenador. Tenía muchísimo trabajo que hacer,
pero necesitaba asegurarse de que este hombre funcionaría. No
podía permitir que otro hombre la dejara en la estacada.
No era fácil encontrar un asesino de sangre fría que pudiera
ir y cumplir con su tarea sin ningún remordimiento, preguntas
o complicaciones.
A juzgar por el archivo, Steele parecía ser justo lo que el
médico requería, los hombres del ejército eran buenos obedeciendo
órdenes.
Pero los convictos no lo eran…
Syd suspiró mientras sopesaba los pros y los contras de tratar
con aquel hombre. Si por la razón que fuese aquello no salía
bien, no habría tiempo para encontrar un francotirador que
lo sustituyera. Ya habían revisado innumerables archivos de los
Marines, del Ejército… todos. Ninguno de ellos servía.
Quedaba el loco convicto submarinista de Steele, él era todo
o nada.
Dios los ayude.
—Sí, iré con vosotros para echar un vistazo.
—Bien. Oh, casi me olvido de la mejor parte… ¿Conoces a
nuestros amigos de Protección Activa?
Syd apretó los dientes al oír mencionar la «compañía de seguridad
» que era una conocida fachada que servía de tapadera al
crimen organizado, mercenarios y asesinos a sueldos.
—¿Qué pasa con ellos?
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—Han estado en contacto con nuestro chico, Steele. Tengo
entendido por buenas fuentes que incluso le hicieron una oferta
de empleo no hace mucho tiempo.
Una lenta sonrisa se levantó en su rostro. Oh, sí, era perfecto.
Tee le guiñó un ojo.
—Haz lo que sea que necesites para estar lista mientras yo
me peleo con Joe para que nos dé su visto bueno.
Syd observó a Tee mientras ésta se dirigía al despacho priva -
do que compartía con su director, Joe Public. Cuando Syd había
firmado con la agencia, su programa había sido exclusivamente
proteger a aquellos que no podían protegerse a sí mismos.
Era un juramento que ella se tomaba de lo más en serio. Si
fallaba en aquella misión, no había modo de saber qué repercusiones
podrían afectar no sólo a su vida, sino también a las de
millones de otras personas.
¿Quién hubiera pensado que el mejor modo de salvar vidas
era arrebatar una? Joe la había sermoneado con eso desde su
primer día de trabajo.
Incluso tenía un nombre para llamarlo. Poda política. Para
hacer que el árbol crezca, las ramas muertas, secas y contaminadas
tienen que quitarse. Si no se caen por su cuenta, entonces
uno tiene que sacar la sierra y cortarlas. Al principio, había sido
tan inocente como para pensar que ella nunca podría ser tan cínica.
Pero el tiempo y las misiones finalmente habían conseguido
arrastrarla hacia el modo de pensar de Joe.
Estaba en un mundo de perros que se comían a otros perros,
y ella daría el bocado más grande de todos.
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Capítulo dos
—El hombre disparó un tiro a su comandante.
Ignorando su comentario, Tee se apoyó en el escritorio de
Joe y leyó por encima de su hombro. Él estaba revisando la carpeta
que ella le había entregado, la cual contenía el dossier de su
último posible recluta: Joshua Steele, antiguo francotirador del
Ejército, ahora un residente casi permanente de Fort Leavenworth,
Kansas.
Ella no podía entender las reticencias de Joe respecto a ese
pequeño detalle de que Joshua hubiera sido enviado a la cárcel.
Normalmente él veía un buen potencial en todo lo que ella le
ofrecía.
—Así que ésas tenemos… Es hosco y tiene mal genio. Marcha
a su propio ritmo y toma decisiones rápidas. Está bien, estamos
de acuerdo, disparar contra su jefe no fue precisamente
brillante, pero todos hacemos estupideces de tanto en tanto.
Más allá de ese pequeño y crítico error de juicio, suena como un
recluta perfecto para el Departamento de Defensa Americano.
Joe la miró divertido mientras cerraba el archivo.
—Disparó a su comandante.
Tee no podía entender por qué seguía obsesionado con eso.
—¿Y eso qué más da? Ha pasado incluso el escrutinio de
Syd, y sé que no tengo que explicarte que esa hazaña representa
una proeza mortal.
—Yo sería su comandante, Tiger. ¿No crees que ya he recibido
suficientes disparos en el curso de mi carrera?
Ella puso los ojos en blanco y le arrebató la carpeta de las
manos.
—Nunca vas a superar lo de Praga, ¿verdad?
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Él le dirigió una mirada indignada mientras se daba una palmada
en la pierna.
—Tú me disparaste en el muslo.
Ella resopló.
—Fue sólo en la parte de carne.
—La parte de carne…, pedazo de imbécil. Un milímetro o
dos más y me dejas sin descendencia.
Ella agitó la mano con desdén mientras volvía a su escritorio
de metal, que estaba justo en frente del de Joe. A diferencia
de éste, siempre escrupulosamente limpio, el de ella estaba lle -
no de catálogos, carpetas, papeles y varias pequeñas estatuas de
Amy Brown2 que coleccionaba.
—Sí, sí, agradece que estaba cansada y me falló la puntería.
—Pu so la carpeta en su gran maletín negro—. Ahora de -
ja de comportarte como un niño y haz esa llamada.
Él continuó mirándola con enfado.
—¿Por qué cuando me disparan a mí dices que me porto
como un niño, y cuando te disparan a ti se trata de una cuestión
de vida o muerte y de seguridad nacional?
—Porque yo estoy más guapa con falda corta. Ahora haz la
llamada, Joe.
—Haz la llamada, Joe —se burló él mientras alcanzaba su
anticuado fichero de direcciones.
Personalmente, ella prefería su pequeño asistente digital personal,
pero Joe prácticamente tenía fobia a la tecnología… odia -
ba todo lo que fuera electrónico. A excepción del control remoto
de la televisión, y ésa era una afición en la que ella ni siquiera
quería pensar.
Abrió la tapa y comenzó a pasar las fichas.
—¿Eres consciente de que soy el jefe de esta agencia?
Tee hizo un sonido burlón mientras abría su cajón de archivos
y buscaba allí el resto de los papeles que había reunido sobre
Steele.
—El jefecillo, querrás decir. Por la mañana no eres capaz ni
de encontrar la llave de la puerta a menos que yo te la dé.
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2. Artista americana que se ha especializado en un arte de fantasía, con
muchos retratos de hadas. (N. de la T.)
Él continuó hojeando las fichas sin mirarla a ella.
—Sólo porque no soy una persona de mañanas.
Ella lo miró con malicia.
—Tampoco eres una persona de noches. Reconócelo, peque -
ño. Sólo tienes dos buenos minutos al día. El minuto inmediatamente
anterior al mediodía y el que le sigue después.
Él le lanzó una mirada feroz que de hecho podría haberla
asustado si ella no hubiera estado cargando un arma de mayor
calibre que la suya.
—Lo sabes, podría despedirte. Podría disponer las cosas parar
que fueras asesinada. O incluso yo mismo podría asesinarte.
Mientras él fanfarroneaba, Tee organizaba algunos de los
papeles más desordenados de su escritorio.
—Ooooh, una amenaza espeluznante. Podría hasta resultar
creíble si no fuera por el hecho de que sé cuánto odias el trabajo
administrativo.
—Pero sé manejar un ordenador.
Ella tuvo que hacer esfuerzos para no reírse. Lo primero que
había aprendido años atrás cuando habían sido compañeros en
la CIA, era que Joe Public preferiría ser golpeado en la cabeza
con un martillo de clavos antes que sentarse ante un escritorio
para trabajar con un ordenador.
—Sí, bien. ¿Qué estabas diciendo hace diez minutos? Saca
esa maldita cosa de mi escritorio antes de que la dispare. Ahora
haz esa llamada, cazador de pacotilla.
Joe le lanzó un pedazo de papel enrollado antes de marcar el
número.
Tee lo cogió en el aire, lo besó y luego se lo arrojó de vuelta
a él.
Le rebotó en la cabeza.
Él le soltó un gruñido mientras se inclinaba para recogerlo,
como un buen obsesivo-compulsivo y lo lanzaba al cubo de basura.
—Realmente debería despedirte.
Tee iba a comentarle que ella no tenía esa suerte, pero justo
cuando estaba a punto de abrir la boca él comenzó a hablar con
su contacto del Ejército.
Ella se contuvo para no sonreír ante el hecho de que se haactitud
provocadora
23
bía salido con la suya… otra vez. Casi siempre lo conseguía
con Joe. Era como un grande y hosco oso en una cueva. Le dabas
un empujón, él gruñía amenazadoramente y luego se apartaba
a un lado mientras mostraba sus colmillos y te miraba desafiante.
Por otra parte, Joe sólo hacía aquello por ella.
En lo profundo, ella sabía la verdad. Joe Public nunca fue fácil
de convencer. Era duro, despiadado y severo, uno de los mejores
agente que la CIA había tenido nunca. Joe no conocía el
significado de la palabra «jugar».
Lo cual resultaba una lástima, teniendo en cuenta lo guapo
que era. Tenía el cabello largo y castaño oscuro y solía llevarlo
recogido en una coleta.
Sus ojos eran tan azules que deberían ser ilegales y su trasero
tan magnífico que los agentes de Hollywood se hubieran
lanzado a contratarlo.
Ella lo había visto sin camisa una o dos veces durante alguna
misión y nunca se había recuperado plenamente de aquella visión.
Delgado y firme, su cuerpo podía competir con el de cualquier
gimnasta. Y cada vez que ella lo vislumbraba se sentía poseída
de una necesidad cruda de lamer cada centímetro de él…
Tee puso freno a esos pensamientos… como siempre hacía.
El trabajo y el juego no podían mezclarse.
Joe era su ex compañero y, a fin de cuentas, su jefe. Nunca
podría haber nada más que eso entre ellos y ella lo sabía.
Pero en su interior, en zonas que no debería admitir, quería
mucho más que una mera relación laboral con él.
Escuchó ese tono suyo de seriedad absoluta mientras hablaba
con su contacto. Joe era un chico de la ciudad de Nueva
York capaz de disfrazar su acento el noventa y nueve por ciento
del tiempo, pero cuando intentaba intimidar o hacerse con el
control, ese acento salía con toda su fuerza.
Y había en él algo infernalmente sexy. Aunque en realidad
su voz siempre era sexy. Profunda y resonante, tenía la virtud
de provocarle escalofríos que recorrían su columna arriba y
abajo.
Joe colgó el teléfono.
—¿Y bien? —preguntó ella, ocultando el hecho de que se
sherrilyn kenyon
24
avergonzaba de admitir que había estado tan concentrada en él
que no había escuchado la conversación.
—Resérvanos un vuelo para Kansas, Dorothy. A ver si Toto
sabe ladrar.3
actitud provocadora
25
3. Alusión relacionada con la del musical Wicked. Esta vez la referencia
es El Mago de Oz, cuya protagonista es Dorothy, y a su perro Toto. En este
caso, Sydney sería Dorothy y Steele, Toto. (N. de la T.)

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