Una mujer inocente más un
hombre pérfido, más otro hombre pérfido. Está claro que solo uno de los dos
puede ser redimido del halo de maledicencia que lo precede; está claro que la
mujer solo elegirá a uno de los dos. Entonces, el tercero se cae de la ecuación.
Antes, sin embargo, hará todo lo posible por quedarse.
Caroline Barton ha vivido una
vida sencilla en la campiña inglesa, en un pueblo que parece que no se enteró
de que están a principios del tumultuoso siglo xix. Ella no conoce el mundo y
el único indicio que tiene de un vínculo amoroso es el de su hermana Rachel que
se ha casado por amor. Caroline desconoce, entonces, lo infrecuente de ese tipo
de uniones.
Cuando Rachel está por dar a
luz, la hermana menor se traslada para acompañarla: sale así por primera vez
del caparazón idílico en el que vivía. En casa de su hermana, conocerá al
pérfido señor Diggory que la persigue con unas intenciones que ella rechaza. La
inexperiencia hará que Caroline elija al señor Knoxville, en cambio, un hombre
cuya fama solo es digna de ser mencionada en tabloides amarillistas y al que
ella cree poder salvar a través del afecto.
Diggory, pérfido al fin,
intentará por todos los medios separarlos. Y lo logrará, aunque más no sea solo
por un breve tiempo. La inocencia, el incontrolable deseo, como así también la
férrea voluntad de Caroline la ayudarán a despejar las incógnitas de la
ecuación y resolver, de una vez, el enigma.
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